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Hacía todo lo posible por mantenerme positiva ante todo, diciéndome a mí misma que todo iba a estar bien. La verdad es que simplemente tenía días malos que empeoraban con la noche, pero me obligaba a mí misma morderme la lengua y sonreír cada vez que tenía que salir de la habitación. Desde luego así fueron mis días siguientes. Las cosas sólo fueron a peor, después de haberme visto ya tres veces públicamente con Harry ya no hacía falta ninguna otra excusa para que la gente no me dejase en paz. Por suerte, al ver que la locura siempre era peor en el exterior de los sitios públicos a los que iba, el colegio decidió hacer algo y después de que hablasen con mis padres, consiguieron que ya no hubiese más periodistas a la salida de clase cada maldito día durante esa agonizante semana siguiente. De los cuales yo llegaba a casa cada día peor; no comía y me pasaba el día durmiendo o intentando no llorar demasiado. Distrayendo la mente. Ni siquiera me estaba centrando en mis estudios, y recordaba con pena lo emocionada que estaba a principio de curso por poder empezar por fin la última etapa que me llevaría al trabajo de mis sueños. Mi madre incluso tuvo que sentarse en mi habitación y me amenazó con mandarme a un psicólogo si no cenaba. No fue del todo así, pero yo lo vi como una amenaza. Sólo estaba preocupada por mi salud mental.

El problema era que me daba igual. Todas las conversaciones que tenía con él valía la pena esperar sufriendo las consecuencias más brutales. Contaba los días. Quedaban dos semanas para que ese concurso del demonio terminase, y que por fin fuera a haber paz en mi vida. Iba a valer la pena; lo iba a conseguir.

Ellen pasaba muchas tardes en mi casa. Sabía que mi estado mental no estaba del todo bien.

Así es como funcionaba. Era un maldito ciclo que se repetía constantemente en un intervalo de tiempo demasiado corto, lo suficiente como para volverme literalmente loca. Hasta sentía que me perseguían por la calle cuando posiblemente no hubiese nadie viéndome. Después de pasarme la mayor parte de la tarde intentando controlar los ataques de ansiedad, me despertaba al día siguiente con intenciones de volver a intentarlo, centrándome en que tendría un buen día, y el mensaje de buenos días de él me ayudaban bastante. Me pasaba la mañana riendo y haciendo bromas. Luego, me encontraba con la pared de fotógrafos haciendo preguntas hirientes y empapelando las redes sociales con mi cara. Gracias a Dios que eso ya no pasaba, ya que era uno de los momentos en los que mi felicidad momentánea estaba en peligro. Después de comer y con un poquito más de fuerza, abría Twitter con seguridad recargada. Pensando que esa vez no me iba a afectar y que tenía que luchar contra mis miedos. Siempre estaba equivocada. Casi siempre acababa vomitando. Esa semana había adelgazado como cuatro kilos. Me pasaba dos días enteros sin entrar en las redes sociales. Después; vuelta a empezar.

Pero luego sentía mi corazón tan grande en el pecho el sábado por la noche cuando ponía la televisión para verle la cara de nuevo, con una sonrisa sincera y con el orgullo que se me escapaba por los poros. Siempre me llamaba después del programa por muy tarde que fuese, porque yo se lo pedía. Esa sensación hacía que todo lo malo que había pasado a lo largo del día se me olvidase por completo. Eran momentos muy cortos en los que podía escuchar su voz intentando calmarme. Hacía que durmiese bien de nuevo, con esa sensación caliente en mis costillas y una sonrisa en los labios.

Merecía la pena, me repetía una y otra vez.

Esa tarde de jueves, casi una semana después de haber quedado con Dan, Ellen de nuevo estaba metida en mi habitación, mordisqueando un regaliz mientras las dos leíamos las revistas que había traído. Era gracioso, antes de que toda esa locura me reventase en la cara, solíamos leer revistas de cotilleos todo el tiempo, era uno de nuestros pasatiempos favoritos de las tardes de después de clase. Eso mismo estábamos haciendo, aunque con una dinámica completamente distinta. Por alguna razón, ese día estaba de buen humor.

Same Mistakes |h.s| Wattys 2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora