CAPÍTULO 30

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Hay cosas malas en mí, como en todo el mundo, pero no seré yo la que diga que no hay también otras buenas de las que me siento realmente orgullosa. Por ejemplo: Siempre he sido capaz de sonreír; de reír a carcajadas y de hacer bromas propias de una adolescente, aunque todo estuviera cayendo empicado. Podría decir que no dejar que lo externo me devore es algo que me gusta de mí. Otros pueden verlo como que en realidad lo que soy es una gran actriz o mentirosa, pero he de decir que siempre, durante mi etapa en Cervantes como después en la etapa -llamémosla post-intento de huida- he sentido cada una de las risas y sonrisas que he puesto cuando estaba con mi familia. Tal vez, por eso resultó tan fácil que no se dieran cuenta de lo que pasaba.

Con esto quiero llegar a que, aunque hay una inseguridad que aparece en los peores momentos dentro de mí, no siempre soy así. Suelo ser decidida, más o menos, para unas cosas más que otra; me gusta divertirme con mis amigas y los planes que no requieren organización. << ¿Allí hay fiesta? Pues vámonos, aunque no tengamos entradas y a ver qué pasa>> o <<Estamos en casa, en pijama y son las dos de la madrugada, pero qué más da, ponte el vestido, guapa, que no largamos a buscar a ver si hay algún sitio abierto en el que nos dejen entrar>>. Me gusta que mis amigas se apunten a un bombardeo y yo detrás de ellas sin pensar demasiado en lo que nos va a esperar.

El desorden en mi vida, entre otras cosas, es un hecho y pueden poner de los nervios a personas como a Ariana o a mamá. Sí, sí, pero desordenada a lo bestia y en todos los aspectos. No necesito una organización previa, más que nada porque es muy bonito hacerlo, pero a la hora de seguirlo me lo acabo pasando por las narices. Un claro ejemplo es mi agenda del instituto: queda precioso los primeros días en los que apunto cada cosa que tengo que hacer, pero jamás lo miro de vuelta y si no fuera por Ariana que termina diciéndomelo por mensaje, habría suspendido alguna que otra asignatura. Sin embargo, aunque en más de una ocasión el caos me ha producido malas pasadas y dolores de cabeza, siempre me ha gustado, porque ese caos, ese desorden en todos los aspectos de mi vida, sin más, soy yo. En toda mi esencia.

Tengo miles de defectos, o bien porque venían de serie o porque los han puesto ahí situaciones por las que pagaría para no volver a pasar. Pero también tengo muchas virtudes que me definen y que he olvidado desde que llegué de Barcelona.

Echando la vista atrás me he dado cuenta de que desde que llegué o desde que él llegó a mi vida (Puedes escoger el punto de partida que más te guste) no he sido yo misma. Bueno, no es del todo cierto, porque nunca me he sentido más liberada, más yo que en los encuentros íntimos que he tenido con Christian. Pero no es esa la cuestión: lo es que desde que he llegado no me he divertido plenamente como sé hacerlo, no me he reído sin sentir esa sensación constante de que algo va a salir mal. He sido miedo y tensión, enfado y llanto; he sido eso en este mes y nada más. Repito, quitando los momentos donde mi piel era todas las sensaciones que él, únicamente, ha sido capaz de provocarme. Creo que jamás he sido tan de verdad que en esos momentos donde me abandonaba a la debilidad.

No quiero pensar en si lo quiero o no; tampoco quiero analizar sobre si me arrepiento de haberme fijado en él: tal vez sí, tal vez no, pero sé que no cambiaría jamás esos instantes en los que me ha dado la posibilidad de sentir y ser como nunca antes he experimentado.

De lo que si me arrepiento y mucho es que, otra vez, he tenido que estrellarme contra el muro para darme cuenta de todo. No voy a negarlo por mucho que darle voz me contraiga todos mis órganos vitales, pero sí, ha sido él quien ha terminado con lo que nos traíamos. Y me duele, también me enfada porque ha tenido más valor de romper con todo cuando era yo, sin duda, la que más perdía; sin embargo, no es orgullo, incluso si lo pienso bien tendría que agradecérselo porque comenzaba a replantearme que no podría haber hecho lo que ha hecho él. Podéis llamarlo obsesión, amor por las causas perdidas, yo lo llamo mi puto afán por aferrarme a lo que sé que es imposible. Después de mucho tiempo siendo así he decidido que paso de hacerme la dura; reconocer que me hiere en lo más profundo saber que no podré estar en una misma habitación con él sin pensar en volver a sentirlo de la manera más primitiva y sentimental no está de más y así se lo hice saber cuándo me eché a llorar como una magdalena antes de pedirle que se fuera de mi habitación.

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