CAPÍTULO 49

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Todavía recuerdo el día que mi madre me llevó a una guardería de verano. Ya había ido otras muchas veces, pero justo aquella, me agarré a su pierna y berreé para que no me dejara allí. Tengo como excusa que esa noche apenas había dormido, quería estar con mi madre y encima la maestra nos obligaba a comer guisantes. Menudo asco. Sin embargo, lo único que conseguí con aquello fue que quedara como la llorona de clase a ojos de los profesores y ver como mi madre se iba desazonada dejándome a mí en aquella clase amarilla.

Pues algo parecido estoy sintiendo en este momento. Quiero agarrarme a la pierna de Fran y lloriquear hasta que diga que nos vamos a otro sitio.

Digamos que ese garaje es la clase amarilla y que Christian... bueno, Christian representaría los guisantes. Porque sí, aunque Fran me ha dicho que había quedado con otra chica... mi vecino está ahí dentro. Lo sé. Lo siento. Y veo su coche aparcado junto a otros tres.

-Bueno, puedes ignorarlo. -Dice mi amigo, ya cansado de esta situación.

-Es que no creo que sea buena idea. No, definitivamente es una idea de mierda, Fran.

- ¡Ah, no, es que Christian le había... prestado el coche a... Nacho!

Lo miro con una ceja enarcada, erguida y con los brazos cruzados.

- ¿En serio? O sea, ¿En serio, Fran? -Me río, porque de verdad que todo esto me parece surrealista. - ¿No se te ha ocurrido nada mejor? Los dos sabemos que Christian no le prestaría su coche a nadie.

Fran sacude su pelo rubio en el aire y sonríe ampliamente mientras que niega con la cabeza.

-No, no lo haría. Es verdad. ¡Pero es que quiero que entres!

- ¡Pero es que no...!

-Hombre, a quién tenemos aquí. -Nos giramos a la vez para ver al chico de piel oscura acercándose hacia nosotros. Lo he visto solo un par de veces y nunca hemos hablado. - ¿Qué coño hacéis aquí fuera? Hay cerveza fría. Invita Nacho.

Me mira y me sonríe mostrándome su hilera de dientes blancos. Sus labios gruesos rozan el aro dorado que perfora el cartílago de sus fosas nasales. Septum me dijo Sonia que se llamaba ese tipo de pendientes cuando se empeñó en hacérselo, pero quedó en el olvido.

-Soy Jaime, el guapo del grupo. -Suelta antes de darme dos besos en las mejillas y enseguida sé que las cervezas son las causantes de que esté tan simpático. -Estamos todos dentro, vamos. -Me pasa el brazo por detrás del cuello y según nos acercamos más rápido se me convierten las piernas en gelatinas. -Fran te veo más feo.

-Y yo a ti más negro, capullo. -Se defiende en broma.

- ¿Debería de molestarme eso? -Replica Jaime girando la cabeza hacia él antes de mirarme. -Es envidia porque es un rubito de pacotilla que nunca conseguirá mi tono de piel. -Me guiña un ojo y yo le sonrío mirando de soslayo como cada vez estamos más cerca. -Es que mi madre se tiró a un africano, ¿Sabes?

-Qué bien.

- ¡Chicos, mirad quienes estaban en la puerta! Me debéis diez pavos.

- ¿Ah, y eso por qué? -Le pregunta Fran tirándose a un sofá antiguo y agarrando un botellín de cerveza.

-Se apostaron que no traerías a la chica con la que habías quedado.

Siento como mi cara arde, pero ese calor se expande por todo mi cuerpo cuando una puerta del fondo del garaje se abre y Christian sale acompañado de Nacho. Los dos chicos se paran en seco y me miran con los ojos muy abiertos. Ninguno está demasiado sorprendido, pero tampoco contentos de verme aquí.

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