CAPÍTULO 56

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Viernes.

La situación es la siguiente:

Estoy en mi habitación más concentradas en el movimiento de las cortinas que en las tareas de latín que tengo delante. Los papeles desparramados por toda mi cama no captan ni un poco mi atención y eso es porque desde hace cuatro días mi cabeza está en otro lado.

Está en Ariana que no me habla desde el entierro de mi abuela; está en Dylan, quien apenas aparece por casa desde la discusión que tuvo con mi amiga; pero, sobre todo, está en Christian, al que no veo desde nuestra última conversación. No ha venido a su casa para nada ni ha hecho el ademán de verme, lo que me descoloca un poco teniendo en cuenta lo que me dijo la última vez que estuvimos en una misma habitación juntos.

CUATRO DÍAS ANTES...

Lo miro tan fijamente que esa sensación de caer al vacío aparece con más fuerzas que nunca.

No puede estar hablando enserio. No puede estar queriéndome hacer daño dándome esperanzas de esta manera. Eso se sería demasiado mezquino incluso para él.

He soñado tantas veces -más de las que estoy dispuesta a admitir- con que Christian me decía que también está enamorado de mí, que todas las palabras hirientes que me había dicho eran mentira, que me quiere... Pero en ninguna de esas veces yo le respondía con un empujón que ni le sorprende, ni le mueve, ni va bien para mis pocas fuerzas.

- ¿Por qué me haces esto? -Gimoteo sentándome en la butaca del piano y llevándome las manos a la cabeza. Me duele. - ¿Por qué quieres hacerme daño de esta forma? ¿¡Qué te he hecho!?

Siento como Christian se tira junto a mí de rodillas y atrapa mis muñecas para que lo mire. Casi lo consigue, pero no sería capaz de empezar con él una batallita de miradas.

-No pretendo eso, Mia. Mírame. -Me revuelvo entre sus manos, como si fuera una niña pequeña molesta, pero es peor porque Christian pasa de agarrarme las muñecas a enmarcar mi cara entre sus manos. -Mírame, amor.

- ¡No, Christian! ¿Por qué me dices esto ahora? -Me arriesgo a mirarle unos segundos y ya me quedo allí, bajo el encanto de ese azul que tanto me gusta. -No tienes ni idea de lo duro que han sido estos días.

-Ni tú sabes cómo han sido los míos. -Susurra a un peligroso centímetro de mi boca.

  - ¿Por qué ahora?

  -Mia, estoy enamorado de ti desde hace tanto tiempo que ni siquiera recuerdo un día en el que no lo estuviera, así que deja de hablar como si hubiera sido algo repentino, por favor. -Algo dentro de mí se acciona cuando escucho que me quiere. Si está mintiendo... no podría soportarlo

- ¡Pues no sabes querer! -Siento la humedad en mis mejillas, pero hasta que saboreo el regusto salado de las lágrimas no me doy cuenta de que me he echado a llorar.

-No, no sé. -Admite cerrando los ojos con fuerza.

-Me has intentado alejar de ti mil veces diciéndome cosas horribles. -Sus dedos siguen sujetando con fuerzas mi cara y su respiración se acelera en mis labios.

- ¡Porque mereces algo mucho mejor que alguien como yo te quiera, Mia; pero tú no te quieres dar cuenta!

- ¡Pero es que tú no puedes decidir eso por mí!

No puedo creerme que esto esté ocurriendo: que el día que mi abuela se entierra, Christian decida confesarme que está enamorado de mí.

- ¿Por qué ahora? -Repito casi inaudible.

-Porque mi egoísmo no conoce límites, supongo. Porque estos días han sido un verdadero infierno.

-Si estás jugando conmigo otra vez no te lo perdonaré nunca. -Sollozo.

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