NARRA SAMANTA
Miré hacia la derecha en cuánto pise el agua, setenta y dos horas atrás, nos habían llovido balas desde ese lado; pero no esa noche. Estábamos solas, toda la playa para nosotras; lo único que se escuchaba era una tímida música proveniente del paseo marítimo, y el oleaje del mar. Llevé la vista hacia Jessica. Se mantenía de rodillas, colocando la ropa que habíamos traído al lado de la toalla, y cuando la pareció que todo estaba bien, se puso de pie. Con el pelo recogido, y ese bikini que no dejaba nada para la imaginación. Sonreí al verla, volví a recorrer la playa sabiendo que no había nadie y llevé mis manos al nudo de la parte superior de mi bikini.
- ¡Jess! – grité provocado que me mirara - ¿Seguro que no quieres bañarte?
En cuanto terminé la pregunta, elevé mi brazo mientras sujetaba con la mano la parte del bikini. La vi sonreír, negar con la cabeza, pero en seguida comenzó a andar hacia el agua. En cuánto llegó, mientras yo ataba mi bikini al suyo para no perderlo en el agua; ella me agarró el culo provocando que enredara las piernas en su cadera.
- Ya te he dicho que acabarías metiéndote – sonreí abrazándola por el cuello – Está calentita.
- ¿El agua o tú?
- El agua – la di un beso – Pervertida.
Y si algo sabía era que a Jessica el agua no le acababa de gustar. Por ello, mientras nos besábamos y aprovechando que me tenía cogida, comenzó a andar en dirección a la única toalla que habíamos colocado. Me dejó con sumo cuidado y ella se tumbó sobre mí. Continuamos besándonos, como si estuviéramos en una habitación, como si solo existiéramos las dos, como si nada malo fuera ocurrir después de esa noche. Era nuestra noche y las dos lo sabíamos.
Conseguí quitar su bikini sin que protestara; así las dos estábamos en igualdad de condiciones, desnudas de cintura para arriba. Lo irónico, es que no nos tocábamos; simplemente nos besábamos y nos acariciábamos. Resultaba raro, pero creo que era nuestra manera de decirnos que queríamos seguir juntas. Jessica quería que me quedara con ella y puede que yo, la estuviera pidiendo que nunca más se marchara. No había tomado una decisión, y mucho menos sabiendo que iríamos a ver a su madre, pero sabía que teníamos que hablarlo y eso conllevaba una conversación y una decisión.
Sin separarse de mí, buscó en el interior del bolso, la otra toalla. No hacía frío, pero dado que no había un sol que nos calentara y que nosotras estábamos mojadas debido al mar, nos quedaríamos heladas. Por ello, colocó la otra toalla sobre ambas.
- ¿Y si viene alguien? – pregunté.
- No estamos haciendo nada malo – se acomodó sobre mí – Pero si estás más cómoda, nos vamos a la habitación.
- No – susurré apartando un mechón de pelo de su cara – Quiero quedarme en este momento.
Y así nos quedamos. Sin mirar ninguna hora, admirando tanto las estrellas como a nosotras mismas, sin dejar nunca de acariciarnos y mucho menos de besarnos. Por un momento se nos había olvidado todo; y cuando digo todo, me refiero a nuestra crisis. Y fue ahí, mirando a Jessica, viendo como ella miraba el cielo y me contaba alguna anécdota de cuando era pequeña, mientras mis manos acariciaban su abdomen y agarraban su mano, y sintiendo una de las suyas en mi culo; cuando supe que quería que fuera ella.
Apenas llevábamos unos meses saliendo, en una relación ausente, intermitente y en la que no habíamos convivido nunca. Pero irónicamente, las pocas horas que habíamos compartido las dos, las habíamos aprovechado siempre para conocernos; y probablemente, nos conoceríamos la una a la otra mejor, que otras parejas de veinte años de matrimonio. Y es que eso era lo que teníamos nosotras, nos habíamos contado todo, no nos guardábamos nada; siete horas en una cama, daban para muchas cosas. Porque lejos de provocarnos orgasmos la una a la otra, nos habíamos conocido y no nos habíamos dado cuenta. Jessica sabía todo de mí, absolutamente todo, y no me sentía mal, ni siquiera sentía miedo al pensar que mis peores miedos los podía usar contra mí. Todo lo contrario, sentía que ella podía alejarlos de mí con tan solo su presencia, porque así era Jessica... Y así quería que fuera mi mujer. Una persona en la que pudiera confiar, con la que me sintiera cómoda y con la que me entendiera. Y sin pensarlo, esa noche, admirando a Jessica, comprendí que ella cumplía todo lo que yo buscaba en alguien.
- Jess – susurré provocando que me mirara – No me voy a ir – ella frunció el ceño – Te quiero y te quiero muchísimo – sonrió - ¿Quieres estar conmigo?
- Sí.
- Me refiero a... ¿Soy la mujer que quieres para toda tu vida?
- Quiero que seas la mujer de mi vida, Sam.
- Entonces no pares. Sigue siendo la gran Jessica Jenkins, sigue siendo tú. Sigue viajando, salvando vidas y encerrando a idiotas. Yo te voy a seguir esperando en casa, pero quiero seguir viéndote ser imparable, porque eres así. No quiero frenarte y si te quedas, lo estaría haciendo y no me lo perdonaría nunca.
- Pero tú no...
- Puedo hacerlo porque te quiero. Porque estás conmigo y eso no equivale a quedarte en casa porque quiera sentirme menos sola. Porque no lo estoy, porque estás conmigo, porque no dudas en coger el teléfono si te necesito, en dejarlo todo si dudo... Porque eres tú. Pero me gustaría pedirte dos cosas... - susurré agarrando su mano con fuerza.
- Lo que quieras – contestó girándose para mirarme de frente.
- No me prometas cosas que no puedas cumplir. Si no puedes organizar algo conmigo, no lo hagas. Me conformo con estar diez horas en la cama de casa solas, que irnos por ahí y luego tener que cancelarlo todo – ella asintió con preocupación – Y bueno... - suspiré tragando saliva – Lo hemos hablado y sé que es pronto, que quizás es agobiarte; pero todo el mundo lo sabe. Cuando lleguemos a casa, todo el mundo va a saber que estamos juntas.
- Lo sé.
- El titular era Jenkins y su novia en el punto de mira. Me da igual no tener nombre, Jess; me da igual estar a tu sombra, de verdad te lo digo – me apoyé en mi brazo para mirarla desde arriba – Pero quiero ser algo más. Quiero que nos comprometamos, que seamos algo más que dos personas que se acuestan y comparten una misma vida... - tragué saliva sintiendo mi corazón a mil – Quiero casarme contigo – ella fue a hablar pero negué en seguida – No en un futuro lejano cuando tengas cuarenta y yo treinta y cuatro. Quiero casarme contigo, en el presente.
- ¿Es tu condición para que siga viajando?
- No es una condición y no quiero que te sientas atada a mí; solo quiero estar contigo tal y como mis padres me enseñaron. Te dije que pensaba igual que mi padre, una relación no es seria, hasta que no hay un compromiso mutuo; y yo quiero tenerlo contigo.
Y el tiempo se paró. Bajo la luz de la luna, arropadas con la toalla y con el cuerpo algo frío; sobre Jessica y mirándola fijamente desde arriba, esperaba su respuesta. Sabía de sobra que ella no pensaba como yo, que ella no necesitaba un compromiso; y no era una condición, yo seguiría con ella quisiera o no casarse. Pero quería hacerlo, estaba en ella dar ese paso o seguir como estábamos.
- No quiero que te cambies el apellido – dijo de pronto.
- ¿Eso es un sí? – sonreí.
- Eso es un sí, señorita Ruiz – sonrió – Me casaré contigo... En el presente.
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Miradas de pasión.
General FictionJessica y Samanta deciden tomar unas vacaciones con el fin de salvar su relación, en crisis por las continuas ausencias de la inspectora. Sin embargo, verán sus vidas en peligro, haciendo que su unión de un giro de ciento ochenta grados. (Segunda pa...