Un corazón a mil revoluciones.

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NARRA SAMANTA

Suspiré antes de entrar al bar. Un sitio apenas sin luz, con pinta de ser de moteros, pero con mil banderas de fútbol diferentes. Una tapadera realmente cuidada la del fútbol. Confiaba en Jessica y en el equipo que Jaime había mandado.

- Hola guapa – me sonrió el camarero de la barra - ¿Qué quieres tomar?

- En realidad venía buscando a alguien – el hombre asintió – Gerardo Ruiz.

- ¿De parte de quién?

- De... Su hija.

- Vaya, no sabía que Gerardo tenía una hija – yo asentí – Pasa, ven, por aquí.

Me llevó al final de la barra, donde él salió. Un tipo de metro setenta que identifiqué en seguida como uno de los que nos habían disparado el día anterior. Dejamos a mano derecha los servicios, hasta que llegamos a una puerta al fondo.

- Lo siento pero tengo que comprobar que no llevas nada.

Asentí poniendo los brazos en perpendicular con mi cuerpo. Tampoco comprendía que iba a ver, quiero decir, llevaba un vaquero largo y una camiseta de tirantes; era imposible guardar nada. Le clavé la mirada cuando sus dos manos se pararon en mis pechos y lejos de comprobar si me había guardado algo, se tomó el atrevimiento de tocarme como él quiso. Me regaló una sonrisa al ver que no le dije nada, pero estaba segura que le hubiera roto el cráneo y Jessica le hubiera reventado. Siguió por mis piernas, separándomelas ligeramente y moviendo sus manos por el interior de mis muslos. Hasta que vi que las llevaba a mis ingles y se las agarré.

- Me vuelves a tocar y no lo cuentas.

Él solo sonrió, pero en seguida se puso de pie. Llamó a la puerta y finamente abrió. El tipo se acercó prácticamente corriendo a mi padre, que estaba de espaldas a la puerta, le susurró algo en el oído; pero mi padre le indicó que podía irse con la mano. Ni yo, ni él, hablamos hasta que la puerta no se cerró.

- Imagínate mi sorpresa al saber que mi hija ha decidido visitarme – giró la silla para verme de frente – Hola, Sammy.

- Hola, papá.

Estaba mucho más viejo, canoso y con esa pequeña cicatriz que le hice al abrirle la ceja izquierda. Algo de lo que nunca me arrepentiré.

- No es que no me alegre de verte, pero, ¿qué haces aquí?

- Me extraña que te sorprendas – le señalé la silla - ¿Puedo?

- Por favor – asintió - ¿Mamá cómo está?

- Bien, ella está bien. Así que diriges este bar.

- ¿Te gusta? Es un poco austero, pero para el dinero que me dieron, está bastante bien – yo asentí - ¿Ejército?

- Policía – negué yo – Detective.

- Te hiciste con la tuya – sonrió - ¿Casada?

- Prometida – mentí – Os llevaríais fatal, la verdad.

- ¿Una mujer?

- Ya te dije que estaba segura – se frotó la mandíbula – No era una etapa, ni mucho menos una enfermedad – pero él no contestó – Imagino que sigues pensando igual.

- Por mucho que os esforcéis en hacer ver a todo el mundo que sois normales y que necesitáis los mismos derechos, los dos sabemos que no es ni lo natural ni lo normal – dijo cabreado – Y lo que me molesta es ver a mi propia hija ser una de esos... Indeseados.

Miradas de pasión.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora