Quiero ser ese alguien.

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NARRA JESSICA

La noche era bastante cálida, pero no igual de asfixiante que el día. Habíamos cenado en un restaurante del paseo marítimo y nos encontrábamos dando un paseo, agarradas de la mano, bajo la luz de la luna. Era una ciudad tranquilidad, más turistas que gente de allí. El oleaje del mar daba muchísima tranquila, y escuchar a Samanta hablar sobre su vida, aún más.

- ¿No saliste de tu ciudad?

- No – negó agachando la cabeza – En cuanto mi padre se fue, mi madre tuvo que hacerse cargo de la casa y de todos los pagos; así que decidí que yo también me apretaría el cinturón.

- ¿Le costó aceptar lo de la academia?

- No. Es algo que nos veíamos venir, la verdad. Siempre estaba viendo películas de policías, series, leyendo sobre eso... Mi vida giraba en torno a la policía. Supongo que mi madre lo supo antes que yo, incluso – asentí - ¿Puedo hacerte una pregunta?

- Claro.

- ¿Habías escuchado alguna vez mi nombre antes de ir allí a trabajar?

- No – la miré – Pero ni el tuyo ni el de Darío. Y si no llega a ser por mi pasado, el de Carlos tampoco. ¿Por qué lo preguntas?

- Curiosidad – se encogió de hombros – A veces me imaginaba conocerte – sonrió de pronto – Y siempre eran encuentros rápidos, por conferencias o enseñanzas tuyas. Nunca colaborando en casos contigo. Esa mañana cuando te vi salir del ascensor no me lo podía creer; dijimos mil nombres, apostamos dinero incluso, pero ninguno de esa comisaría dijo el tuyo. Te había visto por la televisión el día anterior y esa mañana, estabas allí, trabajando... Hay días que sigo sin creérmelo – me miró – Te admiro tanto, Jessica...

- Amor – sonreí abrazándola – Pero si no hago nada más allá de lo que haces tú – acaricié sus mejillas – Es el mismo trabajo.

- No es el trabajo, es la manera en la que tienes de hacerlo.

Se quedó mirándome con la escasa distancia que teníamos, pero de pronto me agarró la mano y me llevó al muro que daba a la playa.

- En uno de los espacios de la academia, tienen un escaparate – se sentó en el muro – Son premios que la gente ha ido dejando allí en vez de llevárselos.

- Yo dejé todos.

- Lo sé – asintió – Tienes un estante para ti sola, allí. Tienen una foto tuya con el uniforme, una breve chapa con tu nombre y todas las condecoraciones que te han ido dando. El primer día que entré en la academia, nos hicieron el típico tour de visita, ya sabes – asentí – Y al llegar a la vitrina me acuerdo que nos dijeron una frase que siempre está conmigo: cadetes, pueden ser dos tipos de policías. Los que se conforman con arrestar al delincuente, o los que buscan la verdad a base de trabajo y disciplina. Yo ese día no entendía qué querían decir con eso; hasta que salió tu nombre por primera vez. Fue en una de las clases teóricas, un agente llamado Zacarías Huertas, ¿lo conoces?

- Sí, fue uno de mis últimos profesores allí dentro.

- Te tiene mucho cariño. Ese fue el primer día que quise saber de ti, y fue por su manera de hablar de ti. Nos quedamos una tarde entera hablando, él contándome cosas sobre ti y yo preguntándole – sonrió – Podrás tener medio cuerpo odiándote; pero te puedo asegurar que también tienes muchos agentes que darían la vida por ti.

- ¿Por qué yo? – pregunté con curiosidad – Estoy segura que te hablaron de cargos más importantes que yo, porque por aquel entonces era detective.

Miradas de pasión.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora