Una pérdida dolorosa.

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NARRA JESSICA

Pese a que la noche había sido la mejor de toda mi vida, hasta el momento, no ocurrió lo mismo al despertarme. En seguida mi madre se me vino a la mente, y una sensación de miedo corrió por mis venas. Miedo a verme sin ella, a no tenerla... Pero sobre todo, miedo al modo en que me la encontraría. Mi padre me había avisado, estaba mucho más delgada y con una tez de piel muy diferente a la que ella tenía. No quería imaginarme nada, pero a la vez quería hacerme a la idea de cómo la encontraría.

Samanta se encargó de todo esa mañana. De hacer las maletas, de coger mi teléfono y hablar con Jaime, incluso de los billetes. Y se lo agradecí, porque yo solo podía pensar en mi madre.

Fuimos directas al hospital. Nada más aterrizar el avión, el coche de alquiler ya estaba aparcado en el aeropuerto. Así que solo tuve que pedirle la ubicación a mi padre y el número de habitación. En tan solo quince minutos llegamos al edificio blanco. Le pedí a Samanta que me dejara en el coche sola, al menos un minuto, necesitaba concienciarme de lo que iba a pasar. Mi madre iba a morir.

Lloré y me lamenté sola. No estaba preparada para la ausencia de mi madre, y lo sabía. Respiré veinte veces intentando tranquilizarme, pero no lo conseguí. Y fue entonces, cuando Samanta abrió la puerta, me sacó del coche y me abrazó.

- No estás sola – me susurró – No quiero que pases nada de esto sola, apóyate en mí, Jess.

Así que lo hice. Me apoyé en ella, lloré el doble en su hombro; mientras ella me acariciaba la espalda y me dejaba algún que otro beso en la mejilla. Y no fue pasados veinte minutos, cuando logré tranquilizarme lo suficiente como para no parecer que me estaba dando un ataque de ansiedad.

- ¿Mejor? – asentí – Serénate. Que tu madre te vea fuerte, ¿sí?

Ni siquiera sabía que podía, pero lo intentaría. Me agarró la mano tras haber cerrado el coche y fuimos hacia la fatídica habitación. Quise huir, correr y escapar; pero no podía. Mi madre me quería ver, mi padre me necesitaba y yo solo quería quedarme con ella.

Intentó soltarme la mano al llegar a la habitación, pero se lo impedí. Ella tenía que entrar. Llamé a la puerta y abrí. En seguida divisé a mi padre sentado en el sillón. Con el rostro cansado, mirando hacia la puerta y una mente, en pausa. Mi tía Ana, la hermana de mi madre, también estaba. Y finalmente, una vez que mi padre se levantó y mi tía se apartó; Samanta me soltó la mano porque yo fui directa hacia la cama. Enganchada a una máscara de oxígeno, con unas manos tan delgadas como su propio esqueleto, un pañuelo en la cabeza y una mirada, demasiado débil.

- Mamá – sonreí levemente sentándome – Hola.

- Jeyki – susurró – Mi niña.

No hablaba mucho, ya me lo había advertido mi padre. Incapaz de contener las lágrimas, me incliné para dejarla un beso en la frente. Lo único que sentí fue un ligero apretón en mi mano proveniente de la de mi madre; apenas perceptible, apenas sin vida.

- Ya estoy aquí – susurré mirándola de frente – Contigo.

- Estoy feliz, entonces.

- ¿Cómo estás? – elevó un hombro como pudo para después inclinar la cabeza hacia delante – Yo estoy bien, y aunque quieras, no pienso hablarte del trabajo – sonreí llorando.

- ¿Te vas?

- No me voy.

- ¿Conmigo?

- Contigo – tragué saliva – Hasta que tú quieras.

- ¿Y Sammy? – me moví ligeramente para que la viera y vi una tímida sonrisa en su cara - ¿La crisis?

- Preocúpate por ti, mamá. Estamos bien, ¿sí? – asintió – Estoy bien.

Miradas de pasión.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora