2.

250 36 16
                                    

CHAPTER TWO: THIS IS WHY I DON'T SOCIALIZE

❝ˢᶤᵉᵐᵖʳᵉ
ᵛᵃ ᵃ ᶤᶰᵗᵉᶰᵗᵃʳ
ˢᵃᶜᵃʳᵗᵉ
ᵘᶰᵃ ˢᵒᶰʳᶤˢᵃ

ᵃᵘᶰᵠᵘᵉ
ᵉˢᵗᵉ ᵖᵉᵒʳ
ᵠᵘᵉ
ᵗᵘ❞

Ocho menos cuarto de la mañana. Se podía notar lo mucho Clementine odiaba madrugar.

No era porque le costara, o porque tuviera un mal despertar. Era por la mala costumbre que había mantenido durante años la cual trataba de levantarse tarde, de estirarse en la cama como si fuera un gato, y de la maldita manía que tenía con dar mil vueltas para dormir, como si fuera un pez fuera del agua.

El despertador la pilló desprevenida (y también le dió un susto de la muerte). Tenía muy claro que ninguno de sus padres estarían en casa aquel martes por la mañana. Ayer, cuando la "bienvenida" terminó y Carley llegó al fin a casa, luego de un par de risas y abrazos ella le explicó con total serenidad los horarios de cada uno de los adultos. Los dos empezaban a trabajar a altas horas de la madrugada y volvían a casa por la tarde, o hasta por el anochecer, menos en sus días libres, claro está. Lee, como profesor de historia del instituto al cual estaba apuntada, podía verlo usualmente; en cambio, Carley era reportera, y pocas veces podría verla en casa.

Así que, ni lenta ni perezosa, se vistió lo más rápido posible y se peinó el pelo como pudo, intentando aplanar los rizos que se asomaban por los laterales de su gorra. Desayunó con toda la tranquilidad del mundo, y se terminó de asear. Las botas que había llevado el día anterior estaban manchadas de barro por las frecuentes lluvias, y tuvo que ponerse otros zapatos para no ir descalza.

Su mochila ya estaba preparada desde la noche anterior, la cual se la paso en vela por sus nervios al ver tan cerca el que sería su primer día en el instituto con Lee como padre. Aquel año, iba a intentar bordar todas las asignaturas para hacerlos sentir orgullosos, pues, como ella sabía, si seguía sacandose suficientes y bienes, no iba a llegar a ningún lado.

Cerró la puerta con delicadeza, mientras se aseguraba de la cerradura también lo estuviera. Suspiró con cansancio al ver como sus llaves se quedaban atascadas, y solo al tirar con fuerza salían. Bajó de dos en dos lo escalones del porche para poder salir a la calle, y aspiró con satisfacción la brisa otoñal. No se cansaría de repetir que el otoño era su estación favorita.

Notaba sus pies entumecidos por el frío, y una de sus manos, rígida, en su bolsillo derecho. La otra se encargaba de agarrar con fuerza una de las asas de la mochila que llevaba a sus espaldas. «Un paso, luego otro. No puede ser tan díficil» razonaba la castaña, negando con la cabeza levemente.

Entonces lo escuchó. Escuchó los grávidos pasos de alguien a sus espaldas, y la jadeante respiración de una persona. Un sonoro quejido masculino le hizo saber que lo que estaba detrás de ella era un chico, y en pocos segundos, pudo ojear por el rabillo del ojo como el joven le sonreía encantadoramente.

Dios, le resultaba tan familiar esa sonrisa. Era como si ya la hubiera visto antes en algún otro lugar, cuando sabía con convicción que nunca en su vida se había percatado de la existencia de aquel muchacho.

—Hola lindura —escuchó al chico, un tono de voz cantarín y coqueto, como si las conversaciones fueran la letra de una canción romántica para él. Le observó llena de confusión, que fácilmente había podido ser interpretada como desprecio, esperando a que el joven dijera algo más—. Bonita mañana, ¿no crees?

「ʙ ᴇ ʜ ᴀ ᴠ ɪ ᴏ ʀ」  -H I A T U S-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora