La imagen de la Capitana Zumai ocupaba casi la mitad de la pantalla en el puente principal de la Aventura. Lograr esto fue producto de un largo y arduo trabajo de intercambio de información en clave morse para que especialistas en ambas naves pudieran elaborar un código común que convirtiera las ondas de radio en imágenes y sonido.
– Capitán Nabil: es un gran placer poder verlo y escucharlo. Espero que este primer contacto electrónico se convierta pronto en un encuentro personal.
– El placer es mío, Capitana –respondió su contraparte–. Es al mismo tiempo un honor entablar la primera conversación interplanetaria en la historia de nuestros pueblos.
– Estamos ante hechos nunca antes vistos –Zumai estuvo de acuerdo, hizo una pequeña pausa antes de continuar–. Todo, de aquí en adelante, formará parte de la historia. Espero lo mejor de mi tripulación.
– Exigiré lo mismo de la mía –aclaró el capitán–, sé que se comportará a la altura.
Las tripulaciones de las dos naves también podían ver y escuchar la conversación, pues los capitanes habían acordado que debían mostrarse abiertos. Las pantallas repetidoras estaban en casi cualquier sitio de reunión. A sabiendas, la comunicación se desarrolló con extremo cuidado, Zumai y Nabil se comportaron como diplomáticos, intercambiando saludos, felicitaciones y un sinfín de frases sin importancia. Era una estrategia bien calculada, que mostraba un hecho extraordinario como un trabajo rutinario.
Algunos comenzaron a aburrirse un poco y a especular mientras esperaban que ambos líderes pasaran a un tema más interesante que los protocolos políticos. Los hombres en la Aventura observaron que entre las tripulantes que tenían a la vista en la nave antariana había muchas mujeres, y tardaron poco tiempo en empezar a sospechar que en toda la nave solo había mujeres.
Daniel observaba la conversación entre ambas naves en una cabina donde se habían reunido unos diez tripulantes de la Aventura. Darko, un tipo algo extraño, de mediana edad y calvo, puso en evidencia la suposición que todos tenían en mente exponiéndola en voz alta a los demás.
– No veo hombres entre la tripulación del puente de esa nave –dijo, y esperó la opinión de sus compañeros.
– Ya me había dado cuenta –susurró Emael, un adolescente de cabello teñido de verde, atlético y cuyo rostro largo y delgado inexplicablemente había sido respetado por las espinillas–. Llevo rato pensando en ello.
– ¿A qué creen que se deba? –preguntó Aldair, un muchacho delgaducho y pálido, genio de las matemáticas pero poco lúcido para las relaciones humanas, siempre dispuesto a recibir explicaciones de los demás.
– Yo qué sé –contestó a propósito y sin mucho entusiasmo Emael, aunque tuviera una respuesta bien armada, jamás perdería tratando de explicarla a los demás–, tal vez en su sociedad ellas sean las dominantes.
– Tal vez ellas sean las amas y tengan esclavizados a todos los hombres –expuso en tono burlón un tipo canoso y con el vientre que uno podría esperar en un hombre de escritorio de unos cuarenta años.
– No adelantemos conclusiones Aryo... –lo recriminó Emael–. Debe haber alguna otra explicación.
– ¿Cuál? –Darko lo retó a divagar. Emael no cayó en la trampa.
– Yo qué sé. No soy sociólogo interplanetario.
A través de la pantalla, el capitán no parecía dar importancia a lo que tenían todos frente a su vista y así evitaba especulaciones. Ocultaba muy bien un hecho tan obvio, pues se mantenía políticamente correcto, acorde a su posición. Como si se tratase de una negociación rutinaria, continuaba con el intercambio diplomático.
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Dos mundos
Science FictionMilenios atrás, la humanidad se dispersó por la galaxia. Cientos de planetas colonizados quedaron aislados. Ahora, Antares es un planeta habitado solo por mujeres; en Cygnus III, la población está conformada solo por hombres. Ambas civilizaciones so...