Daniel esperaba de pie, en el vestíbulo de una sala de reuniones dónde había acordado verse con Arianna. Como técnico en computación había aprendido lo suficiente como para entrar al sistema de la Antera, buscar la foto de la chica del cabello rizado y averiguar su nombre. Encontrar el medio para enviarle un mensaje fue más que sencillo después de eso.
En aquel recinto de treinta por cuarenta metros había diez cubículos individuales y varios de ellos estaban ocupados por técnicos que, por fortuna, estaban más interesados en sus asuntos que en descubrir reuniones secretas de las que, por otro lado, no tenían la menor idea.
"¿Qué hago aquí, nervioso como un quinceañero en su primera cita?", Daniel trataba de convencerse de la coartada que se había creado para la reunión. "Solo es un intercambio de opiniones sobre asuntos de seguridad en las comunicaciones".
Volteó a ver a los otros cubículos. Un hombre ya había abandonado su sitio y se disponía a salir, otro estaba a punto de hacerlo. Solo quedaban dos hombres y una mujer ensimismados de tal forma en lo que fuera que cada quien estuviera haciendo, que ni siquiera se daban cuenta si Daniel o cualquier otra persona estaba ahí. Para mejor fortuna, todos estaban en las primeras mesas de la sala, las mesas del fondo estaban libres, sería un buen lugar para hablar si acaso Arianna llegaba.
"Perfecto".
¿Por qué lo alegraba aquello? Porque no quería testigos, como si fuera a asesinar a alguien. Tal vez, iba a asesinar sus principios, ¿para qué se engañaba? Si hubiera tenido pelo como sus antepasados simiescos, éste se hubiera erizado. Y si hubiera tenido sentido común como sus ancestros más evolucionados, nunca habría concertado esa reunión. Pero el temor atrayente hacia lo prohibido y el miedo a ser descubierto eran asesinos del razonamiento. ¿O había algo más?
"Tengo que decirlo. Estoy a punto de verla y ya no puedo mentirme".
‒ Espero que sienta lo mismo que yo ‒se dijo en voz muy baja, audible para la única persona interesada en sus problemas dentro de aquella sala, y fuera, en el Universo entero. Hablar consigo le daba la impresión de estar acompañado de alguien de confianza. Sí, él era su mejor compañía y quien mejor se comprendía, ¿por qué no le iba a tranquilizar escucharse a sí mismo?
Sea lo que fuera que le produjo escuchar su propia voz, un instante después, el sentimiento se desvaneció como nubes blancas ante vientos de tormenta.
Las puertas corredizas de la sala se abrieron y Arianna entró. El corazón de Daniel cambió su ritmo con brusquedad. Tal vez eso sentían las personas que sufrían un infarto, aunque a él le pareció una sensación agradable y desconcertante.
‒ Hola ‒dijo la chica mientras la puerta automática se cerraba tras ella. La seguridad con que saludó le pareció ofensiva a Daniel porque despedazaba la poca confianza que tenía en esos momentos. Se preguntó si era algo planeado, si era demasiado fría o si sencillamente no le importaba. Enseguida averiguó que era una pose, pues la chica se acercó hasta él y le preguntó mirándolo fijamente‒ ¿cómo pudiste localizarme?
‒ Hola ‒Daniel sintió que también hizo buen papel‒. ¿Pasamos a uno de los apartados? ‒señaló el que estaba hasta el fondo, retirado de los tres tripulantes que seguían demasiado absortos. Los escasos segundos que tardaran en llegar a la mesa le ayudarían a tranquilizarse‒. Aquél tiene dos computadoras y es más amplio que los demás.
‒ Sí ‒dijo sin más, y se dirigió al sitio señalado. Pasó a un lado de Daniel.
‒ Sí, claro. Las damas primero, he leído sobre eso ‒dijo en voz baja cuando pensó que no lo escuchaban, siguiéndola como un gatito hambriento.
ESTÁS LEYENDO
Dos mundos
Science FictionMilenios atrás, la humanidad se dispersó por la galaxia. Cientos de planetas colonizados quedaron aislados. Ahora, Antares es un planeta habitado solo por mujeres; en Cygnus III, la población está conformada solo por hombres. Ambas civilizaciones so...