Doble sentido

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Por algún extraño motivo, los líderes de ambas naves estuvieron de acuerdo en que un encuentro deportivo como el planeado era una buena idea. Nadie expresó su preocupación por el hecho, tanto hombres como mujeres estaban emocionados por la posibilidad de compartir algo distinto. Las mentes necesitaban distraerse con algo más que algoritmos y ecuaciones. Así que, el vigésimo noveno día del cordón umbilical, todo estuvo preparado para lo que se llamó la Primera Convivencia Deportiva Interestelar.

Los representantes de ambas partes se habían tardado muy poco, algo así como un par de horas, para elegir las reglas del juego en el que participarían ambos equipos, pues no había un deporte en común y tuvieron que combinar dos de ellos, uno que jugaran las antarianas y otro los pobladores de Cygnus. El reglamento tenía la intención de no favorecer las ventajas que podría tener uno u otro equipo, por ejemplo, la fuerza de los hombres o la agilidad de las mujeres.

El encuentro se llevaría a cabo en una cancha circular, rodeada por paredes. En realidad, se trataba del taller de reparación de las naves de transbordo antarianas, pero se ajustaba muy bien a su nuevo propósito. A cuatro metros de altura, se ubicaron seis rectángulos con agujeros circulares de poco más de medio metro; se suponía que, a esa altura, tener diez o veinte centímetros más de estatura no representaría ninguna ventaja; los círculos estaban separados sesenta grados uno del otro, pintados de verde o amarillo intercalados. El equipo de los hombres buscaría anotar en los cuadrados verdes y las mujeres en los amarillos; había unos semicírculos frente a cada meta para indicar que, dentro de esa área, estaba prohibido levantar los brazos para bloquear un tiro. La idea era golpear el balón con cualquier parte del cuerpo, se podía sujetar, pero al hacerlo, el jugador o jugadora no podría moverse hasta que lo pasara a alguien más. El contacto físico estaba prohibido y penalizado con un tiro libre desde cualquier parte de la orilla de los semicírculos.

Las gradas se empezaban a llenar. Tanto antarianas como pobladores de Cygnus habían recibido boletos numerados para evitar aglomeraciones, pero esta repartición se había hecho al azar, en apariencia, así que podían verse individuos aislados y grupos pequeños de mujeres o de hombres entremezclados. En su mayoría se mostraban incómodos, pero algunos ya comenzaban a tener conversaciones, producto de la curiosidad.

La distribución más obvia era la del improvisado Palco de Honor, presidido por Zumai y Nabil, acompañados de algunos de sus colaboradores, de manera extraña, casi todos con especialidades en humanidades: psicología, filosofía, sociología, historia... dos o tres especialistas en ingeniería, probablemente para cubrir las apariencias. Ambos saludaban de vez en cuando a alguien en el público y parecían sostener una conversación casual.

Para la Capitana, el ambiente festivo que observaba en las gradas le parecía buena señal.

‒ Creo que fue una buena idea, después de todo.

El Capitán Nabil se mostraba de acuerdo.

‒ Hasta el momento, eso parece.

‒ Supongo, casi treinta días han borrado la novedad y el temor ‒continuó Zumai‒. Veamos en qué se han transformado.

Nabil observó que la capitana Zumai también tenía razón al tratar de anticipar lo que sucedería con los sentimientos de la tripulación ahora que ya no había sorpresa ni curiosidad. En el ambiente había una sensación de calma y confianza, ambas partes parecían más dispuestas a convivir que ha encontrar motivos para iniciar conflictos.

‒ Yo diría que, en estos momentos, hay una especie de calma. Tal vez han caído en la rutina.

Aunque también tenía que admitir que no se trataba de una certeza absoluta. Para eso estaba este experimento, para observar. Y todo el Palco de Honor planeaba observar al público, más que al partido.

Dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora