Cordón umbilical

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Resuelto el problema de las comunicaciones, el intercambio se concentró en primera instancia en la coordinación para buscar un medio de acoplar ambas naves. Se trabajó de manera coordinada, tanto en la Aventura como en la Antares, para hacer un corte en cada casco con el fin de habilitar una escotilla estanca; entre esos sitios, se colocaría una especie de tubo por donde podrían pasar cuatro personas a la vez sin ninguna clase de incomodidad. Alguien, en algún momento, mencionó el nombre "cordón umbilical" y desde ese momento, comenzó a usarse ese nombre, o solo "El Cordón", para nombrar el artilugio que permitiría el flujo de tripulantes en ambos sentidos.

Los movimientos para el acoplamiento fueron una historia distinta y hasta emocionante. La danza entre la Antares y la Aventura fue un prodigio matemático y de astrofísica. Después de un viaje de varios trillones de kilómetros (si se le puede llamar así a desdoblar el espacio y aparecer en otro lado), los últimos metros eran el tramo más peligroso, dado el tamaño kilométrico de ambas naves. Sin embargo, quienes maniobraban los gigantescos aparatos, lo hicieron con tal habilidad, que, ayudados por el vacío del espacio y la ausencia total de fuerzas gravitatorias, las colocaron lado a lado, donde permanecieron sin unirse, pero a la misma distancia una de la otra, gracias a la tercera ley de Newton.

El trabajo de soldar el Cordón Umbilical fue arriesgado. Antarianas y habitantes de Cygnus volaban como abejas en un panal que hubiera sido perforado. Danzaban en silencio en una oscuridad casi total debido a la lejanía de Cygnus, la estrella que daba calor a los Cuatro Planetas. Luego de diez ciclos circadianos, la labor llegó a buen fin sin ningún percance.

Pese a la dificultad y peligro de todo el trabajo técnico, lo que se avecinaba era aún más atemorizante: el encuentro personal de ambas tripulaciones. Se trataría de un choque cultural muy grande, pero al igual que la danza espacial de las naves, se planeaba un encuentro gradual para, poco a poco. Entre ambas tripulaciones aún no existía la más mínima confianza, pese al intercambio diplomático entre los líderes de ambas naves. O quizás, precisamente por ese exceso de amabilidad. Era de esperarse que un primer contacto se diera "con la punta de los dedos", el miedo a lo desconocido superaba cualquier preparación, entrenamiento o anticipación de hechos que pudieran imaginar.

E imaginar es lo que, precisamente, ocupaba la mayor parte del tiempo libre de los hombres en la Aventura.

Dentro del casco de la nave, tres amigos ejecutaban algunos trabajos necesarios para establecer un puente de comunicación entre ambos cruceros espaciales. Era necesario redirigir muchos cables hacia El Cordón, y hacer diversas conexiones.

Donnie se encontraba casi por completo dentro de una fosa cúbica de la que de vez en cuando asomaba su cabellera rubia o su mano, con el fin de encontrar o solicitar alguna pieza.

Hael trabajaba con lo que parecía alguna especie de motor lleno de cables. Tenía el cabello como Donnie, pero más largo, casi hasta los hombros, aunque lo había sujetado en una cola de caballo por razones de seguridad.

Daniel esperaba entre ambos, a un lado de una caja de herramientas y otra de lo que parecían piezas de recambio. Su trabajo consistía en ser asistente.

Mientras ejecutaban sus tareas, hablaban entusiasmados sobre las nuevas noticias que algunos habían logrado averiguar en diversas conversaciones.

‒ La nave procede de un planeta en un sistema solar lejano al nuestro ‒declaró con mucha seguridad Hael, mientras quitaba de una caja una extraña pieza color gris metálico y colocaba otra de color más claro, en apariencia más nueva.

‒ ¿Qué tan lejano? ‒Donnie era un tipo muy práctico en todo lo que hacía‒. Porque, digo, cualquier distancia en el espacio es una gran distancia.

Hael hizo caso omiso del claro sarcasmo de su compañero.

‒ Unos cinco o diez mil años luz ‒dijo sin mucho interés en ser preciso‒. Unos cuantos miles no hacen tanta diferencia.

Donnie estaba intrigado, no por la distancia, sino por la fuente de información.

‒ ¿Cómo sabes esto?

‒ Uno de los encargados de comunicaciones fue mi pareja hace unos meses. Dice haber hablado con su contraparte antariana. Tal vez la información es vaga porque la ubicación exacta debe ser secreta.

‒ Sí ‒dijo Daniel, uniéndose a la conversación‒. Estamos en una primera etapa de reconocimiento, no creo que tengan mucho entusiasmo en comenzar un intercambio interestelar generalizado.

‒ Supongo que no, pero ¿por qué tendríamos interés en gastar tantos recursos? ‒se defendió Hael‒ No necesitamos ir allá si tenemos todo el Universo a nuestra disposición y un sistema de transporte capaz de llevarnos a cualquier parte de él.

‒ Por mi parte ‒siguió molestando Donnie‒, es increíble que tú y el tipo ese sigan en plan de amigos después de terminar.

El otro mecánico solo sonrió.

‒ No lo hace por amistad ‒trató de aclarar Hael‒. Creo que desea sobresalir.

‒ ¿Y si desea sobresalir a base de mentiras? ‒preguntó Donnie, casi como una afirmación.

‒ No lo creo ‒opinó Hael‒. Pásame esa llave ‒dijo mientras le extendía la mano a Daniel ‒. Somos unos cuantos centenares aquí, no le conviene difundir rumores infundados. De aquí en adelante se convertiría en el mentiroso de la nave.

‒ Lo que yo sé ‒agregó Daniel pasándole la herramienta‒, aunque sea por rumores, es que el centro de su sistema planetario lo ocupa una estrella que en tiempos antiguos era conocida como Antares. O puedo suponer que usaron ese nombre aunque la estrella no sea la misma. A nadie le gustaría vivir en la estrella MN-4528 ni nada por el estilo. Tendrían un gentilicio muy extraño e impronunciable.

Este era un tema que sí conocía Hael.

‒ Sí, tienes razón, por eso se llaman a sí mismas antarianas. Suena bien.

‒ Interesante... ¿Dijiste antarianas? ‒preguntó extrañado Donnie.

‒ Eso mismo. Antarianas ‒Hael sostuvo su postura.

‒ Querrás decir antarianos ‒se apresuró a conjeturar Donnie.

‒ No. Es lo que quise decir. Si ya lo sospechábamos desde la primera transmisión, esto es otra confirmación de que en la tripulación solo hay mujeres. O, si llevamos un poco más allá el razonamiento, que la población de su planeta está compuesta exclusivamente de mujeres.

‒ ¿Cómo puedes saberlo? ‒Donnie sacó la cabeza del cubo donde se encontraba‒. Tal vez el trabajo de astronauta sea algo exclusivo de mujeres.

‒ ¿Lo crees? ¿Cuál es la lógica? ‒Hael a todas luces estaba en contra de esta afirmación. No por ello dejaba de hacer su trabajo.

‒ Serían mayor carga útil para poblar un planeta terraformado ‒afirmó Hael.

‒ Eso suena lógico ‒opinó Daniel mientras seguía recogiendo y entregando herramientas a ambos mecánicos‒. Demasiado lógico. No necesitarían a los hombres, tan solo un banco de esperma.

‒ Suena excesivamente lógico ‒Donnie se asomó de nuevo por encima del cubo, pero esta vez, interrumpió sus labores, concentrado en lo que decía‒. Pero es difícil saber si para su filosofía esto sea algo natural.

Hael también hizo un alto, extrañado.

‒ Es... ‒y a su pausa en el trabajo añadió un instante de silencio, que luego terminó, desconcertado‒. Es algo ofensivo, que tal vez solo seamos eso para ellas.

Luego de una pausa sin que nadie rebatiera esas palabras dichas al aire,los tres amigos siguieron con su rutina de mantenimiento en un silencioopresivo.

Dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora