Desde la Antera

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Zumai, la capitana del crucero espacial Antera, ordenó desdoblar el espacio en una zona donde los avanzados aparatos de rastreo habían detectado un sistema solar con planetas rocosos alrededor de una estrella amarilla. Sin embargo, las constructoras de aquella descomunal máquina no dominaban la tecnología de manera precisa y apenas lograron ubicarse en un punto donde tardarían unos cuatro meses en estar siquiera cerca de la estrella con el impulso de los cohetes. Doblar de nuevo el espacio para cubrir una distancia tan corta no era viable y hasta cierto punto era peligroso.

Cuando Zumai dio la noticia por el sistema de altavoces, la población de la nave recibió con optimismo la noticia, a pesar de tratarse del enésimo intento después de varias exploraciones fallidas. Las tripulantes estaban deseosas de encontrar un nuevo mundo, habían aceptado el precio de abandonar el anterior, muchas de ellas porque la pasión por este viaje era más fuerte que sus lazos con su planeta origen, otras más porque carecían de toda atadura. La Capitana comandaba una nave que viajaba en una sola dirección, hacia el futuro, con una tripulación condenada por voluntad propia a olvidar sus raíces.

Tal vez ese era el motivo por el que aquella nave era el sitio exacto donde mejor podía ubicarse Arianna, un lugar donde podría comenzar de nuevo. Aunque todas la conocían, nadie de la tripulación le había reprochado su decisión, por lo menos en apariencia. De la misma manera, nadie le concedía ningún privilegio, lo cual agradaba a la princesa en autoexilio, pues en el pasado, había llegado a odiar el hipócrita protocolo y el desfile diario de besamanos deseosos de conseguir algún insignificante privilegio ante el trono de su madre.

Pese a sus antecedentes, el papel de Arianna no era el de un simple adorno en aquella nave. Se había entrenado duro para poder ocupar un puesto como sustituta de una de las muchas operadoras de comunicación. También tenía unos cuantos privilegios, en ese momento estaba en su turno de descanso, con permiso para permanecer en el puente a manera de observadora, aprendiendo más sobre el trabajo de todas las tripulantes. Tal vez algún día podría aspirar a ser capitana, o por lo menos, formar parte del círculo cerrado que tomaba decisiones, después de todo, muchas personas se habían empeñado en guiarla por ese camino desde que ella era niña, aunque ella misma no lo deseara.

La operadora comunicó a la capitana un hallazgo. En su rostro había incredulidad y preocupación.

– Capitana –indicó–. Recibimos señal de una nave que se encuentra en las cercanías.

– ¿Una nave? –Zumai dirigía el puente, como siempre, sentada en su sillón, atenta a mil asuntos a la vez. Creía que no había escuchado bien, pero una fracción de su mente sabía que así era. La pregunta era solo un intento de confirmar que una noticia tan infinitamente improbable fuera verdad. Un encuentro de este tipo no entraba en sus proyecciones. Nada había salido antes de Antares, y no existía razón alguna para pensar que años después de su partida las hubiera seguido alguna otra nave que pudiera ser capaz de provocar el incidente que estaba por encarar. –¿Qué tipo de señal? ‒Con esta pregunta pasó a la acción. Ya quedaría tiempo para tratar de encontrar respuestas.

– Es una señal de radio... ‒la oficial de comunicaciones dudó un momento, como si deseara ser un filtro que eliminara preocupaciones a la capitana‒... es un mensaje en señal de radio y puedo distinguir con claridad una voz humana.

– ¿Una voz humana? ‒la Capitana se sintió como una estúpida al darse cuenta de lo inútiles que eran sus preguntas repetitivas, así que corrigió de inmediato‒. Perdón, oficial, pero esto me parece improbable, por decirlo de manera conservadora ‒volteó en busca de un apoyo y lo encontró con rapidez, pues la Doctora D'alexa, su consejera personal, ya estaba cerca y dispuesta a ayudar‒. ¿Tiene idea de lo que puede ser, Doctora?

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