Capítulo 19

1.7K 226 18
                                    

James

Era hermosa. Dormía a mi lado, boca abajo, acurrucando su cara en sus manos. Sus labios estaban imperceptiblemente abiertos. Su espalda estaba al descubierto, formando una curva perfecta que reflejaba la poca luz que entraba por la ventana. Las curvas sinuosas de sus piernas se adivinaban debajo de la sábana blanca. Con un dedo deslicé lentamente la sábana, revelando su trasero, y no pude contener un gruñido en lo bajo de mi garganta. Me acerqué y le mordí una nalga. Se retorció en las sábanas, todavía dormida, esbozando una hermosa sonrisa, y mi cuerpo respondió instantáneamente. Mierda. Besé el final de su espalda y me levanté. Quería dejarla dormir y si seguía acostado a su lado, eso no iba a pasar.

Me metí en el baño y me pegué una ducha, y mientras el agua caía por mi cuerpo pensaba en que hacía unos meses yo estaba hecho un maldito estropajo, comenzando mi vida prácticamente de cero. Y ahora estaba aquí y ahora, con un proyecto nuevo, haciendo lo que me gustaba y conociendo a una mujer maravillosa. Pensé en ella, y pensé en aquello que me había confesado mientras bailábamos en la fiesta de Greg y Amy. "Él me pegó". Sus palabras se habían quedado grabadas en mis oídos y en mi corazón, como una línea negra que no podía borrarse. Pensé en el daño que él le había hecho, no sólo con esa cachetada, sino en su autoestima, en su seguridad. Golpeé con el puño la pared mojada, lleno de frustración. La imaginé en esa habitación, retorciéndose para quitarse de encima al hijo de puta, su mano grosera golpeándole la mejilla. La misma mejilla que hasta hace un rato yo besaba, adorando cada peca que la salpicaba.

Nunca más habíamos hablado de ello. Yo lo sentía como un gran fantasma encima nuestro, pero no sabía si era adecuado sacar el tema nuevamente. Mía tendía a cerrarse rápidamente, y no quería que eso pase. Pensé que, como aquella primera vez, si quería volver a hablarlo lo iba a hacer naturalmente, cuando ella lo sintiera.

Levanté la cabeza hacia el agua y pensé que la amaba.

Realmente la amaba.

Mierda.

Me sacudí el agua, me peiné con los dedos el cabello hacia atrás y salí casi sin secarme. Me acerqué a la ventana y encendí un cigarro. Afuera la noche era cerrada, y perdí mi mirada en la ciudad que se iluminaba con infinitas luces de colores. Entrecerré los ojos y aspiré una bocanada del grueso humo, saboreándolo en mi boca. Sus brazos me sorprendieron por detrás, rodeándome la cintura.

-Odio que fumes eso -su voz sonaba dormida.

-No es verdad -sabía que le encantaba verme fumar. Pasó sus labios por mi espalda, lamiendo las gotas de agua, y sus manos se envolvieron en mi creciente erección. Comenzó a moverlas  arriba y abajo, y eché mi cabeza hacia atrás, envolviendo mis labios en el cigarro una vez más. Cerré los ojos y lancé el humo suavemente, junto con un suspiro. Apoyó su mejilla en mi espalda mojada y me abrazó más fuerte a medida que sus movimientos se hacían más marcados.

Aspiré nuevamente de mi cigarro y me di vuelta soltando el humo. La apreté contra mi cuerpo, sintiendo cómo la humedad de mi piel se hacía ahora suya, irguiendo sus pezones. Levanté su pierna con mi mano libre, la envolví alrededor de mi cintura y me hundí en ella de una sola vez. 

No. Nunca podía tener suficiente de ella. 

Sus gemidos suaves en mi oído me desarmaban, sus dedos hundiéndose en la carne de mi espalda me excitaban como nunca lo habían hecho los dedos de ninguna otra mujer. Saber que me deseaba tanto como yo a ella me volvía loco. Puse el cigarro en mi boca y levanté sus dos piernas, sintiéndola envolverse a mi alrededor con fuerza, y la subí y bajé, marcando el ritmo que yo quería, hasta que la sentí latir en mi pene, húmeda y caliente, prendida a mi cuello. Me derramé en su interior, lanzando un gruñido, la abracé con fuerza y me quité el puro de entre los labios.

No quería dejarla ir, ni ahora ni nunca.

Quería tenerla así, todos los días, todo el tiempo.

Su cuerpo, sus pensamientos, su talento, su piel caliente, sus pecas. Sus silencios eternos. Su pelo manchado de pintura mientras trabaja. Sus respuestas ácidas y divertidas. Definitivamente.

-¿Me amas?

-¿Que? -su voz todavía estaba agitada. Me miró a los ojos.  

-Porque yo te amo -me encogí de hombros- Y te dije que esto iba a suceder.

Apoyó los pies en el piso y me miró, con una mezcla de confusión y curiosidad.

-¿Y lo dices así?

-¿Quieres que te envíe unas palomas?

-No... -se giró y se sentó en la cama, cubriéndose con la sábana y rodeándose con los brazos las rodillas.

-¿Entonces? -me paré junto a la cama y volví a fumar, con una mano en la cintura. Me divertía verla nerviosa.

-Tú... amas esto que pasó recién -movió su mano, señalando la distancia entre los dos y sacudiendo la cabeza.

-Claro que lo amo. Podría estar todo el puto día dentro tuyo. Pero una cosa no quita la otra -apagué el cigarro y me senté junto a ella- Nunca pensé que volvería a decirlo y creo que quizás por eso no me da miedo decirte que te amo. Pero entiendo si a ti sí. No tienes que contestarme nada, sólo quería que tengas la información -mientras se mordía el labio me escuchó y se sonrió dulcemente. Apoyó sus manos en mis mejillas y me regaló un beso corto y suave.

-Dame tiempo.

-Tienes todo mi tiempo.

Dos corazones en guardiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora