20. ÁNIMAS DEL PURGATORIO

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La camioneta se deslizaba como flotando sobre la vieja carretera.

-El motor no hace ruido -se sorprendió gratamente la pareja-. Pero sólo podremos correr a ochenta kilómetros por hora, poco conveniente si alguien nos persigue.

-Aunque nos persiguieran, nunca manejas a más de ochenta, conduces como anciana -se burló Jesús.

-Cuando manejo a noventa te pones a gritar como marica -espetó el pelinegro.

-Soy marica -sonrió Jesús.

Daryl rodó los ojos dramáticamente, pero se rió por lo bajo, las manos aferradas al volante y la vista puesta al frente, concentrado en el oscuro camino que tenía por delante, disfrutando de nuevo de la sensación de poder conducir.

-Y me has escuchado gritar más fuerte que cuando manejas como taxista.

-Esos gritos son absolutamente maricas.

Paul soltó la carcajada.

-Admítelo, Dixon, te encanta hacerme gritar...

-Tal vez.

-Prácticamente una confesión de amor -siguió riendo-. Tan romántico como siempre.

Era la última semana de noviembre. El cazador había dicho que la primera nevada del año caería en la primera semana de diciembre, y bajo esa premisa los esposos se pusieron en marcha para ir a conseguir todo lo que querían y necesitaban.

Habían salido de Alejandría cuatro días atrás, dejando a Hunter en casa con Magna y el grupo, y todavía estarían sobre la carretera un semana más antes de decidirse a regresar, de modo que les quedaba mucho tiempo juntos: hasta ahora habían recorrido toda la carretera Este paralela a la playa, evitando la playa donde una vez estuvo La Costa y adentrándose en la 43 rumbo a Racord Hill, dejando muy atrás los límites custodiados por Alejandría y marcados en los mapas.

-Si querías algo romántico te hubieras quedado con Alex.

-No, me gusta el sexo en el carro, puedo vivir sin flores y chocolates.

Cada día se habían detenido en un sitio diferente para saquear. Hasta ahora llevaban prácticamente todo lo que Hilltop podía necesitar de granjas, semillas, herramientas y cosas para animales, y del antiguo orfanato se llevaron cada juguete y peluche que encontraron.

-Me gustan las flores -espetó Daryl.

-¿Es un reclamo? Correcto, mañana mismo arrancaré todas las flores que vea en el camino, y te empezaré a escribir cartas de amor kilométricas, para que dejes de estar molestando.

El moreno canturreó por lo bajo.

-¿Con qué pluma y en qué papel?

-Mierda, bien, te haré una oda y te la recitaré hasta que te hartes. -La camioneta llevaba un remolque para caballos que también estaban llenando, principalmente con todas esas cosas que el pelinegro creía que Carol podía querer, cosas para galletas, cosas para navajas, cosas para Henry y cosas blancas porque era el color favorito de Carol.

El pelinegro recordaba muy bien la primera vez que se detuvieron en carretera, cuando vivía Lory y Shane, el hombre había escuchado a Carol decir que Ed nunca la había dejado comprarse nada bonito, así que ahora estaba escarbando en las tiendas de ropa para conseguirle ropa bonita a la mujer y Jesús no quería decepcionarlo advirtiéndole que sus gustos eran bastante malos en moda y estaba eligiendo cosas terribles, igual le gustarían a Carol sólo por venir de él. En su capacidad obsesiva, el moreno también estaba consiguiendo un montón de tonterías para Lydia; ropa, libros, revistas, y juegos de mesa. Para Aarón habían encontrado un precioso portaretratos de plata que robaron de una casa y donde cabría perfectamente la fotografía de Eric con él, el pelirrojo solía decir que de no ser el mundo un asco habría ido a comprar un cuadro plateado para esa foto y colgarla junto a la puerta en el recibidor, sería un buen detalle.

Dioses del Edén IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora