Cold War es una poderosa historia de encuentros y desencuentros donde el amor no consigue un lugar para descansar. De manera magistral y con muchos de los recursos que ya utilizó en Ida (2013), Pawel Pawilkowski vuelve a su Polonia natal para dirigir la realidad de un mundo muy personal. La cinta rodada en blanco y negro y en un formato cuadrado está ambientada en los años cincuenta, donde el color no tenía cabida, todo era demasiado gris. Pawilkowski trabaja con pocos actores para centrar la narración de forma muy precisa en el trasfondo psicológico emocional de los protagonistas y en un contexto histórico que actúa como un personaje más. La bondad y sensibilidad del personaje femenino, Zula, (Joanna Kuling), se pierde en una negatividad destructiva incapaz de resolver una existencia sin futuro en una constante agresión hacia sí misma. Kulling ya había trabajado con Pawilkowski y resuelve con brillantez los múltiples registros que posee el personaje. Tomasz Kot, Wiktor el protagonista masculino lucha y trata de romper las cadenas que le atan al realismo social, en el que está imbuido, a través del amor y la música, pero su esfuerzo es estéril. La música como elemento salvador y unificador de la conciencia colectiva de un pueblo se revela cómo un arma de doble filo que engaña a muchos y crea falsas expectativas de libertad a otros. Es un sueño en tecnicolor del que se despiertan cada mañana para reconocerse en una realidad en blanco y negro. A ellos se unen dos personajes secundarios pero fundamentales para volver a contraponer dos mundos, el del arribista sin escrúpulos y el de la intelectual que no está dispuesta a pasar por todo.
Pawilkowski juega con la fotografía para convertir cada plano en una imagen llena de contenido y plagada de signos que se van enlazando según avanza la narración. Las películas de Pawilkowski son tan visuales que el guion es un simple mapa que ayuda a no desviarse más de lo necesario del camino inicial.
Ética y estética se van entrelazando en una combinación de elementos que se funden en estados de ánimo más espirituales que sentimentales, que ocultan la realidad más perentoria y muestra la contingencia de nuestro ser espacial. ¿Por qué una pequeña ciudad de provincia polaca y no Paris?, ¿por qué la música regional y no el Jazz?. El lugar desde donde se mira el mundo marca la manera de enfrentarse a la propia existencia y la incapacidad de poderlo cambiar, esto es lo que finalmente parecen asumir Wiktor y Zula en un último acto de libertad del que ni nadie les puede privar.
Toda la película es una meditación, donde no hay que explicar nada, el buen cine no lo necesita.
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Damaris Hurtado Pérez: Arte
Random¿Te consideras un amante de las artes en todas sus manifestaciones? Damaris Hurtado Pérez te invita a conocer más sobre la historia del arte, tendencias, artistas , colecciones y más. Un complemento perfecto para el amor que sientes por el arte.