Damaris Hurtado Perez - CRÍTICA | ZOMBI CHILD

2 0 0
                                    

Francia, 2019. Título original: Zombi Child. Director: Bertrand Bonello. Guion: Bertrand Bonello. Fotografía: Yves Cape. Música: Bertrand Bonello. Montaje: Anita Roth. Productores: Judith Lou Lévy, Bertrand Bonello. Productora: arte France Cinéma / Les Films du Bal / My New Pictures. Diseño de producción: Katia Wyszkop. Diseño de vestuario: Pauline Jacquard. Intérpretes: Louise Labeque, Wislanda Louimat, Adile David, Ninon Francois, Mathilde Riu, Bijou Mackenson, Katiana Milfort. Presentación oficial: Festival de Cannes 2019. Duración: 103 minutos.


Hay en Bonello, y su cine, un afán constante de progresar sin perder de vista sus señas identitarias. Su cortometraje Sarah Winchester, opéra fantôme, ya se atrevía a indagar en el fantástico para hablar de lo que todo su cine ha sabido expresar olvidando el género en el que se pueda querer encasillar. Zombi child utiliza la excusa del género para dirigir su mirada hacia múltiples caminos, que se separan del relato de terror o de ciencia ficción, sin dejar de apoyarse en la excusa argumental del muerto viviente. Conviene advertir, para cuando se estrene, si es que lo consigue en este país, donde el cine de Bonello apenas ha podido verse (otra de esas lamentables pérdidas que sólo el cinéfilo apasionado trata de subsanar como sea), que nadie acuda a las salas pensando que asistirá a una ración de supervivencia, sangre, vísceras, conversiones, decrepitud corporal. Bonello utiliza la figura del zombi para hablar del origen de una familia y su secreto inconfesable, pero también le sirve para hablar del pasado colonial, de la explotación laboral, de las inmerecidas élites que gobiernan Francia por el simple hecho de ser herederos genéticos de hombres y mujeres del pasado glorioso del país, y sobre todo le sirve para construir una (o dos) hermosa historia de desamor no aceptada por una de las protagonistas, la que encarna Louise Labéque como Fanny, y a la que su amistad con Melissa (Wislanda Louimat) le abre una posibilidad de recuperar lo que ha perdido olvidando la voluntad ajena.

La película, como lo es la propia religión animista de Haití, se convierte en un ejercicio de sincretismo donde ficción y realidad corren paralelos, donde el tiempo fluye del pasado al presente sin que la distancia temporal rompa la unidad del relato, algo que, desafortunadamente, suele demoler la estructura interna de muchas películas cuando la historia no se desarrolla linealmente, y como en este caso, el escenario geográfico cambia por completo. La película se estructura en dos tiempos y en dos países. El tiempo del presente en Francia, en un específico internado para chicas de la élite francófona cuyas familias tengan, o hayan tenido, la legión de honor en alguno de sus miembros; y el tiempo del pasado en Haití, concretamente en un periodo que abarca de 1962 a 1980 pero con una enorme elipsis entre ambas fechas. Es el segmento haitiano el que proporciona sustantividad propia al francés y el que contiene la más contundente crítica política no expresa de la película, pero uno y otro espacio y tiempo se necesitan para construir, con el ritmo propio de Bonello, esa idea de trascender más allá de lo local que se advierte en la obra.

Resulta curioso observar cómo hasta las escenas que parecen banales, consiguen consolidar las bases del relato, como esa clase de historia que no hace sino cuestionar el devenir de la Revolución Francesa por la traición a sus propios principios justo con la figura de Napoleón, artífice del triunfo de la misma y de su posterior demolición, personaje que, además, se encuentra en el origen del colegio femenino donde se desarrolla la acción francesa. El director cuestiona así cómo, dos siglos después, los principios de igualdad, legalidad y fraternidad han saltado por los aires en favor de la tradición, de la herencia y "pour le mèrite", que no deja de ser el reconocimiento de un derecho historicista a colocarse en primer lugar de la línea de salida por ser hija, nieta o bisnieta de alguien destacado para la República; todo ello en el seno de una institución tan caduca, tan antigua y tan poco igualitaria como la del internado para señoritas, un espacio que hace de Zombi child una aventura exclusivamente femenina en Francia y exclusivamente masculina en Haiti, atravesadas ambas, por la figura del sexo opuesto, que funciona como demiurgo de la acción, porque es la necesidad de reencontrarse con el amor perdido la que dirige sus acciones.

Damaris Hurtado Pérez: ArteWhere stories live. Discover now