REGLAS...ROTAS

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Reglas...rotas


*Norman*

Cierro la puerta con fuerza haciendo que el cuadro detrás de esta se caiga.

— ¡Maldita sea Jiuliana!

Necesitaba escuchar alguna explicación de sus maldita dulce boca, tengo bastante claro que no me debe cuenta de lo que hace pero desde el momento que acepto la estúpida exclusividad conmigo... ¡rayos que si me las debía!

Enfilo mis pasos hacia el bar, sirvo dos dedos del amargo liquido ámbar que puede calmar al menos un poco la cólera que estoy sintiendo, mi garganta quema al tragar y eso de algún modo me calma.

Trato de relajarme tendido en el sofá, uno de mis brazos cubre mi rostro, mientras pienso en una y mil maneras de calmarme para no lanzarme sobre ella en el instante en que cruce esa puerta.

«Jamás te mentiría, cuando yo amo a una persona jamás le miento—curvó sus labios rosas en una sonrisa que sentía me derretía el alma...yo le creí cada palabra—Yo te amo Norman, te amo más que a mi propia vida... ¿me crees?—sus manos se escurren por mi espalda causando una deliciosa sensación de bienestar.

Me sentía como el hombre más afortunado en el maldito mundo, la tenía a ella y era mía.

Aparté un mechón de cabello de su rostro, para poder ver mi reflejo en aquello ojos azules que tanto amo—Te creo, te amo, te deseo y te necesito tanto como las flores necesitan los rayos del sol para vivir»

Bufo más que cabreado ante el recuerdo.

—No puedo creer que yo haya dicho esa sarta de estupideces—No volveré a cometer ese error—ninguna mujer me volverá a convertir en su burla y mucho menos una que utilizo solo para satisfacerme. —escupí las palabras con fastidio. Miro mi reloj que marca las diez de la noche.

Se suponía que ella estaba con Alina, inclusive rechazo mi propuesta de vernos después de que volviera.

El timbre suena y antes que termine el sonido estoy de pie en la puerta.

—Norman Reedus, tuo a mio non mi dai ordina—por un instante no capto sus palabras— ¡Questo chiaro!

— ¿Te acuestas con él?—ignoro su sexy letanía italiana, y mascullo la pregunta mientras ella pasa a mi lado, la miro y por un minuto su expresión se torna ofendida.

— ¡Claro que no!—responde sin dejar dudas—es más me ofende que lo pienses aun después de que...

—Jiuliana las mujeres como tú no se ofenden—la interrumpo, por un segundo no sabe qué hacer o decir pero al siguiente la palma de su mano izquierda se estrella contra mi mejilla, una sonrisa burlesca se planta en mi rostro.

— ¡Que te follen en el infierno Reedus!—escupe el insulto tratando de marcharse, la tomo por el brazo y ella me lo arrebata— ¡En tu miserable vida me vuelvas a hablar así!—advierte. Su mirada tiene cierto deje de dolor y por milisegundo me siento culpable, pero la culpa se desvanece al saber que esa la manera que las mujeres tienen para dominar a los hombres a su antojo, entonces la tomo nuevamente por el brazo deteniendo su huida.

—Bien maldición, no te acostaste con el esta noche, ¿lo hiciste antes?—quería saber que era capaz de decirme la verdad. Su mirada se desvía por un instante—entiendo—mascullo soltándola—Debe ser todo un record para ti acostarte con él y conmigo a la vez.

Le doy la espalda sosteniendo mis manos en el respaldo del sofá, la escucho moverse pero no se marcha.

—Cuando me acosté con el no sabría lo que tendría contigo—el tono de su voz lleno de falsa dignidad me fastidia—Te di mi palabra de que no me acostaría con nadie más mientras esto de...lo que sea como llames a lo que sucede entre nosotros se llame.

Perfecta ImperfecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora