Capítulo 3: Una mentira y un perro que hace la croqueta.

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Nada más sonar la alarma de mi teléfono salté de la cama y comencé a vestirme a toda prisa. Iba a ser un día intenso y muy duro, pero tenía que enfrentarme a lo que fuera que estaba ocurriendo. Durante la noche mi cabeza no había parado de elucubrar distintas situaciones y ninguna de ellas había sido buena. El hecho de pensar que mi hermano en realidad había sido un auténtico desconocido para mí me aterraba.

No desayuné antes de salir hacía la comisaria porque tenía el estómago totalmente cerrado, el simple hecho de imaginarme dándole un bocado a una tostada o una fruta me produjo una arcada.

Mi estado de nervios no mejoró cuando me subí al coche, cada movimiento que daba me ponía más cerca de obtener las respuestas que buscaba y eso me secaba la boca y me hacía temblar. En ocasiones sé es más feliz viviendo en la ignorancia.

Aparqué en los aparcamientos exteriores a la comisaria, los más lejos que encontré, creía entender porque actuaba así, aunque a veces era más complicado entenderse a uno mismo que a los demás.

No podía negar que mi estado de nervios no se debía sólo a mi hermano, Daniel no se había marchado ni un momento de mi mente. Él me había dicho que allí nadie sabía que estaba vivo pero hacía más de veinticuatro horas que no tenía noticias suyas, no sabía cuales eran sus planes, hasta cuando permanecería escondido o si había cambiado de opinión y había vuelto a su trabajo. Sinceramente prefería que no estuviera allí, era consciente de que saldría bien parada de allí y prefería pasar un tiempo sola para llamarme las heridas y pensar.

Después de más de media hora reuní el suficiente valor para salir del coche y encaminarme hacía el recinto de la comisaria. Los recuerdos comenzaron a invadirme, desde la primera vez que decidí entregarme a él, pasando por mi arresto y acabando por el segundo peor día de mi vida.

Al ser temprano no había mucho ajetreo, unos cuantos agentes, una pequeña cola para la renovación de pasaportes y demás documentos de identidad... Me sentía bastante perdida, no sabía cómo encontrar a aquel hombre. ¿Preguntando su nombre quizás?

Vi a un policía apoyado contra la pared ojeando unos papeles, no tenía cara de amargado por lo que me sentí confiada para abordarle.

–Perdone, estoy buscando al inspector Montoya, necesito hablar con él ¿Podría decirme donde está o llamarlo? Por favor– dejó de mirar los papeles, me miró de arriba abajo y me sonrió. Su sonrisa no terminó de gustarme.

–¿Esas dudas no te las puedo resolver yo? –volvió a esbozar una sonrisa que me gustó menos que la primera, pero no era una persona con la que pudiera perder los nervios.

–No, el inspector Montoya estuvo hablando hace unos días con mi padre y hay detalles que quisiera aclarar con él–expliqué intentando parecer calmada.

–¿Qué detalles? –alerta, idiota a la vista. No entendía su insistencia. Él no podía ayudarme ¿Por qué no iba de una maldita vez en busca de su compañero? Eso era lo único que podía hacer por mí.

La impaciencia comenzaba a nublarme el raciocinio. Necesitaba que alguien viniera a interrumpir aquella absurda conversación o acabaría metida en una de esas celdas como hacía unos meses. Mis plegarias fueron escuchadas y otro agente le llamó, me pidió que no me moviera de allí que enseguida volvía.

En cuanto desapareció de mi campo visual fui a hablar con otro agente que estaba sentado en una mesa mirando la pantalla del ordenador.

Para mi suerte ese señor se limitó a sonreírme y dirigirme hacía la mesa del hombre al que yo buscaba. Se lo agradecí de verdad, hasta me dieron ganas de abrazarlo pero me contuve.

Jugando con fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora