Capítulo 10. 2ªparte: una mujer interesante y una invitación

1K 87 13
                                    

Estuve durante más de dos horas sentada en la fina arena de la playa donde me había ido en busca de soledad y calma con la que poder pensar y aclarar mis ideas.

No sabía si estaba siendo demasiado dura con Daniel, pero era cierto que creía que nuestros problemas no se solucionarían simplemente con sexo, en ese aspecto fuimos muy compatibles desde la primera vez que estuvimos juntos, pero no era suficiente. Además, estaba convencida de que el arrebato del baño fue producto de sus celos por mi acercamiento con Montoya.

No podía negar que una parte de mí disfrutaba con ello. Sabía que ese sentimiento no era correcto y que si me alegraba era porque, aunque a él no se lo admitiría, no me gustó que cenara con su compañera. Por primera vez en todo el tiempo que llevábamos juntos sentí una punzada de celos e inseguridad, fundada en gran parte por la situación por la que estábamos pasando, pero había algo más. Había observado como la subinspectora Castro miraba a Daniel, y no lo hacía como una simple compañera de trabajo.

Era surrealista, desayunaban juntos, podían almorzar juntos, patrullaban durante varias horas al día juntos, y necesitaba quedar con él, que no era su amigo, por la noche, en un restaurante super elegante para contarle sus problemas personales. A otro perro con ese hueso.

Mis problemas me los guardaba para mí y si los contaba, lo hacía a mis amigos con una bolsa de pipas en un banco de cualquier parque, no con filete de pluma ibérica de veinte euros.

Probablemente lo que más me molestaba era que Daniel actuara como si la loca fuera yo.

En un intento por dejar de quebrarme la cabeza, puse rumbo hacia el garaje de mis amigos para comprobar en primera persona como había caído la detención de Mario y algunos más.

Había sido una redada, lo que significaba caos y destrozo. Por suerte cuando llegó la policía Mario estaba en el callejón de atrás vendiendo su material a unos menores de edad, lo que agravaba su situación.

La policía también entró al garaje, tumbaron algunas cajas y el futbolín, pero no fue nada grave que mis amigos no pudieran arreglar con un poco de cinta aislante.

–¿Te has enterado? –me preguntó Joseph cuando me vio aparecer.

–No ¿Qué ha pasado? –intenté disimular.

–Anoche arrestaron a Mario. Estaba vendiendo droga aquí atrás–apretó los dientes. Se veía enfadado y frustrado.

–Ya no lo volverá a hacer, al menos no aquí cerca–intenté tranquilizarlo.

–¿Cómo no me di cuenta? –se dejó caer sobre uno de los taburetes de la barra.

Creí conveniente no decirle que Álvaro y yo sí sabíamos lo que estaba ocurriendo. No quería que lo tomara como una falta de confianza o algo peor. Nuestra única intención siempre fue protegerle porque le conocíamos a la perfección y sabíamos que no se habría quedado de brazos cruzados, aunque hubiese tenido en frente al mismísimo Hitler.

No sabía cómo sacarle del bucle, así que le hice un gesto con la cabeza a Sandra que nos observaba desde uno de los sillones para que se acercara y me ayudara a distraerlo.

–Estuvo muy bien la cena. Me gusta recopilar buenos recuerdos para cuando me vaya–vaya manera de animarlo.

No podía enfadarme porque realmente Sandra no era consciente del daño que provocaba su comentario. Obviamente sabía que Joseph estaba triste porque se marcharía, pero no imaginaba hasta qué punto.

–Me alegro–mi amigo me miró y enarcó una ceja, por supuesto Sandra no tenía ángulo para verlo.

–Por cierto, el sábado doy una fiesta de despedida en una terraza que voy a alquilar. No hace falta decir que tienes que venir–eso era dentro de dos días.

Jugando con fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora