Capítulo 8. 1ª parte: las cartas sobre la mesa.

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–Colaboro con la mafia por eso, para que no hagan daño a mi familia–tras la confesión de mi padre que duró aproximadamente media hora, se hizo un silencio sepulcral en el despacho.

–Síganme–el inspector Montoya se levantó de su silla y se dirigió a la puerta, la abrió y todos fuimos saliendo. Daniel se quedó el último, iba justo detrás de mí. Tenerlo a tan pocos centímetros lejos de darme seguridad, me ponía más nerviosa de lo que ya estaba.

Llegamos a otra habitación que estaba cerrada con llave. Fue la subinspectora Marta quien abrió y nos hizo un gesto con la mano para que entráramos. Por el aspecto de la habitación era obvio que se trataba de una sala de interrogatorios. La mesa era de madera al igual que las sillas, en una de las paredes había un espejo enorme, imaginé que justo detrás estaría el cuarto en el que vigilaban los interrogatorios.

Sólo había tres sillas por lo que la subinspectora y Daniel se quedaron de pie, cada uno a un lado de Montoya, como si fueran su ángel y su demonio.

–Muy bien, pongamos las cartas sobre la mesa–Montoya fue el encargado de romper el silencio tan incomodo que se había vuelto a crear. Se levantó de la silla y le dio la vuelta a una pizarra bastante grande que estaba a nuestra izquierda.

En la pizarra había un esquema que se iba ensanchando conforme bajaba. Estaba lleno de fotografías, al lado de cada fotografía había diferentes datos, nombres, edades, pero lo que llamó mi atención fue que en el pico más alto del esquema no había foto, sólo una interrogación negra, tampoco había datos al lado, estaba completamente en blanco.

–Esta es la cadena de mando de la mafia–comenzó a hablar Montoya. –Suelen organizarse de un modo u otro dependiendo del lugar en el que se encuentren. Nuestro país al estar compuesto por Comunidades Autónomas les obliga a ellos a dividirse del mismo modo para poder mantener su negocio muy bien vigilado. Por ejemplo, Andalucía está dividida en ocho provincias, lo que significa que en cada provincia hay un encargado del contrabando de esa zona que debe informar a su superior, que es el encargo de controlar las ocho provincias en la que se divide Andalucía, por decirlo de algún modo, es el jefe de la Comunidad Autónoma. Por encima de él sólo hay dos cabezas más, el encargo del país, a él es a quien deben mantener informado todos los encargados de las Comunidades Autónomas y él debe rendir cuentas ante el jefe de toda la mafia italiana–señaló el punto más alto de la pizarra, la interrogación. –Como podéis ver es del único del que no manejamos ningún dato. Del segundo al mando sabemos el nombre y las zonas por donde se mueve, pero aún no hemos conseguido ponerle cara, pero a nosotros quien nos preocupa es este, Conte–señaló la fotografía. Era un tipo delgado y alto, de pelo oscuro y cara de pocos amigos.

–No lo entiendo–mi padre alzó el tono más de lo normal, parecía exasperado–Usted me dijo que a mi hijo lo mató el jefe de la mafia.

–Como puede ver, Conte es el jefe de Andalucía, el tercero al mando–intervino la subinspectora señalando la pizarra.

–¿El tercero? ¿Y el resto de tipos que están a su altura? –mi padre se levantó y fue hacía la pizarra.

–No importan–esta vez habló Daniel consiguiendo que mi pulso se acelerará

–¿Qué? –por primera vez desde que habíamos llegado, las miradas de mi padre y Daniel se cruzaron.

–Es simple, al encargo del contrabando en Galicia, sólo le importa Galicia, al encargo del contrabando en Cataluña, sólo le importa Cataluña y así respectivamente.

–¿Por qué? –dije con la esperanza de que Daniel centrara su atención en mí antes de que la tensión latente entre mi padre y él saltara por los aires.

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