Capítulo 2: ¿Estás segura? Repito ¿Estás segura?

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Sentí como la sangre dejó de correr por mis venas, todo mi cuerpo se había quedado congelado. Quería gritar, llorar, darme la vuelta y lanzarme a sus brazos, pero era incapaz de reaccionar. No comprendía cómo no había caído al suelo desmayada.

Me giró hacía él con sus manos aún en mi cintura acariciándome con suavidad y nuestras miradas se volvieran a encontrar después de tantas lágrimas derramadas, de incertidumbre y profundo dolor, una vez más me perdí en la profunda oscuridad de sus ojos. Bajó su mirada a mis labios y sin esperar más juntó nuestras bocas. La tierra se abrió bajo mis pies. Cerré los ojos y dejé que todos los sentimientos que tenía guardados se adueñaran de mí. Me apretó contra su cuerpo convirtiéndonos en uno, por fin reaccioné y le rodeé el cuello con los brazos para apretarme más contra él y así evitar que se escapara.

Estaba allí conmigo después de haberlo perdido, la vida me lo devolvía y jamás lo volvería a dejar ir.

Cada caricia de sus manos en mi espalda hacía que mi cuerpo se convirtiera en pura electricidad, le besaba con todo el deseo acumulado en las noches de soledad en las que solo había llorado por no tenerlo junto a mí, en las que había intentado convencerme a mí misma de que aquel cuerpo jamás volvería a producirme el deseo más puro y noble que una persona pueda sentir por otra.

Separó nuestros labios y en cuanto abrí los ojos las lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo, eran mis lágrimas, pero no era dueña de ellas. Él las limpió con los pulgares y besó mi mejilla derecha mientras tenía mi rostro entre sus manos.

–No llores–me abrazó y escondí la cara en su cuello sin poder parar de llorar. Sus brazos me daban el consuelo que necesitaba, él era todo lo que yo necesitaba.

Cuando me sentí un poco mejor y con la suficiente fuerza, dejé de esconderme en su cuello y volví a conectar mi mirada con la suya, tenía demasiadas preguntas que hacerle que no sabía por dónde empezar.

–Tenemos que hablar–fue él quien dio el paso y lo agradecí enormemente. Agarró mis manos para apartarlas de su rostro, pero no me soltó, me condujo hacía el sofá donde nos sentamos.

– ¿Qué pasó? –me atreví a preguntar después de ver que él tampoco sabía cómo empezar.

–El furgón explotó, pero por suerte pude darme cuenta a tiempo y conseguí alejarme unos metros antes de que explotara.

–¿Y por qué no has aparecido en todo este tiempo? ¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué me enviaste aquella nota? –hubiese hecho muchas más preguntas, pero él me puso un dedo en los labios pidiendo mi silencio.

–Porque no sé quién explotó ese furgón, es demasiado estúpido que lo hicieron ellos, iban dentro, estaban esposados, Alex todo esto es muy raro y es grave, ni siquiera he hablado con la comisaria, solo tú sabes que estoy vivo y debe seguir así.

–¿Por qué? –me estaba ocultando algo, en mi interior sabía que no me estaba contando la verdad o solo lo hacía a medias y eso me preocupaba.

–No puedo darte respuestas porque no las tengo. Yo ni siquiera debería estar aquí.

–¿A qué te refieres? –dije soltando su mano.

–Te estoy poniendo en peligro–me levanté del sofá, no quería seguir escuchándole. Me alejé de él profundamente dolida y haciendo un gran esfuerzo para no comenzar a llorar de nuevo. Acababa de volver y ya se estaba despidiendo.

–Alex mírame–se puso en pie, estaba parado justo detrás de mí, lo suficientemente cerca como para hacerme sentir el calor de su cuerpo sin necesidad de tocarme.

Jugando con fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora