Capítulo 12. 1ª: El destino y una llamada.

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Me desperté agitada y lo primero que hice fue mirar por la ventanilla del coche. Aún estaba oscuro, pero por la hora y el color del cielo, quedaban pocos minutos para que amaneciera.

—¿Qué hacemos aquí? —estábamos aparcados en la esquina de lo que parecía la entrada a un bosque en el que no había estado nunca. De hecho, al observar todo el paisaje, que era precioso, me di cuenta que no me sonaba nada de ese sitio. No tenía ni idea de donde estaba.

—Esperar a que amanezca.

—¿Por qué?

—Ya lo verás —podría haber seguido interrogándole, pero al girarme hacia él y observarle, me di cuenta de que también estaba cansado, por lo que decidí ser paciente y esperar.

Veinte minutos después arrancó el coche y se adentró en el bosque. La vegetación era asombrosa e increíblemente verde. Cuanto más nos adentrábamos más altos se volvían los arboles y más abundante era la flora, hasta tal punto que costaba diferenciar el camino.

Estaba maravillada ante aquel espectáculo de la naturaleza. Bajé la ventanilla y saqué un poco la cabeza para aspirar el aire limpio de ese sitio.

—Mira al frente —fijé la vista en el camino, pero aparte de la vegetación no vi nada más.

—¿Tengo que ver algo?

—Fíjate bien —dijo con una sonrisa.

Intenté fijarme en cada mínimo detalle, pero por más que mis ojos se movían de un lado para otro, no conseguí ver nada fuera de lo normal hasta que el coche estuvo a menos de cinco metros y vislumbré lo que parecían dos cuadrados grandes en mitad del bosque que partían la vegetación. Entrecerré repetidamente los ojos intentando forzar la vista. ¿Qué diablos es eso?

Necesité un par de minutos y estar a un metro de distancia para darme cuenta de que eran dos ventanas de una casa que estaba prácticamente cubierta por toda la vegetación.

—¿Ya lo has visto? —dijo Daniel a la vez que detuvo el coche y apagó el motor.

—¿Es una casa?

—Son casas "fantasma." Son muy complicadas de visualizar. De noche son imposibles de localizar aunque conozcas el camino. Las usamos como centros de protección para víctimas en alto riesgo o para reuniones donde manejamos información confidencial relacionada con los delitos más graves como el terrorismo.

—¿Por qué me has traído aquí?

—Para hablar con tranquilidad sin miedo a ser escuchados u observados —se bajó del coche y yo le imité.

Me llevó hacia la entrada que estaba totalmente cubierta por las ramas de una planta que tuvimos que apartar para poder encontrar las tres cerraduras de la puerta. Primero abrió la de la parte superior, después la inferior y finalmente con una llave el doble de larga que las otras dos, a la quinta vuelta la puerta se abrió.

El recibidor era enorme. Vislumbré dos puertas a la derecha y un arco a la izquierda que parecía dar paso al salón. Al fondo estaban las escaleras que llevaban a la segunda planta. Parecía una casa completamente normal.

—Ven —cogió mi mano. Pasamos el arco y entramos a una habitación que era mitad cocina y mitad salón como había intuido.

En la parte próxima a la cocina había una enorme mesa de madera con asiento para diez personas. No bromeaba cuando dijo que allí hacían reuniones.

Él me dirigió a la parte opuesta adornada con dos sillones largos negros que formaban una L en frente de una chimenea de piedra.

Miré hacia el ventanal y no vi nada que no fueran hojas verdes que ni tan siquiera permitían a los rayos del sol colarse entre ellas.

Jugando con fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora