Capítulo 6. 1ª parte: 12 horas y una condena.

1K 92 8
                                    


Me senté despacio en la cama con la mirada clavada en el suelo. No estaba sorprendida, algo dentro mí ya sospechaba que Daniel no podía estar ajeno a la situación de mi padre, pensar eso habría sido ser demasiado inocente. El verdadero sentimiento que estaba recorriendo mi cuerpo era la decepción. Pensé que las mentiras por fin se habían acabado, que a pesar de todo podíamos estar bien porque haciendo un esfuerzo pude entender y respetar sus decisiones, pero ya no estaba tan segura de que realmente su mayor motivación fuera para mentir fuera mi protección.

–¿Cómo sabes que tu padre es un traficante? –lo miré incrédula, él sin embargo parecía tranquilo.

–No lo llames de ese modo. No sabes porque lo hace–estaba indignada. Me levanté para estar a su altura, bueno... sin olvidar que era bastante más alto que yo.

–Supongo que lo hace por dinero. En los últimos años sus beneficios han bajado bastante, tendría que compensar de algún modo.

–Eres un imbécil–nunca creí que mirar a los ojos a Daniel pudiera inspirarme un sentimiento tan negativo como el rechazo. Estaba hablando de mi padre con total desprecio, juzgándolo cómo si poseyera la verdad absoluta cuando en realidad no tenía ni idea de nada.

–Entiendo que te duela porque es tu padre, pero cuanto antes lo asumas mejor será para ti. Ahora por favor, dime cómo lo has sabido–tardé unos segundos en darme cuenta de que no me estaba hablando Daniel, sino el inspector Ross.

–¿Si tan seguro estás de que mi padre es un traficante por qué no le detienes?

–Porque no tengo las suficientes pruebas–casi me eché a reír.

–Pero que raro, nunca tenéis suficientes pruebas ¿Es verdad o se ha convertido en vuestra coletilla preferida? –por primera vez el rostro de Daniel mostró incertidumbre. Me miraba cómo si hubiera perdido el juicio.

–¿Entiendes que tu padre trafica con las personas que supuestamente mataron a tu hermano? –susurró.

–¿Y tú te das cuenta de que no ves más allá de tus narices? –abrió la boca enfadado, pero antes de emitir sonido alguno, se paró en seco y respiró hondamente intentando mantener la calma.

–Está bien Alejandra, ilumíname–se sentó en la cama y cruzó los brazos, clavó sus ojos en los míos y esperó pacientemente a que yo hablara. En realidad no quería iluminarlo, si no mandarlo al diablo junto a sus mentiras, pero era consciente de que si había una persona que podía ayudar a mi padre era él y eso era más importante que toda mi rabia e impotencia.

–Conte lo está chantajeando con hacernos daño a mi madre y a mi si no permite que usen los marcos de sus cuadros como medio de transporte para la droga. No es un traficante como tú dices, es una víctima, pero sinceramente no me sorprende que la policía esté errada–en mitad de mi relato Daniel dejó de mirarme, no sabía si por vergüenza o porque estuviera haciendo cálculos mentales en los que todo lo que le estaba contando encajase.

–¿Cómo has sabido todo eso? –su tono de voz era más bajo y menos arrogante.

–Fui a su empresa porque habíamos quedado para comer y sin querer le escuché hablando por teléfono y decidí presionarle para que me contara que estaba pasando–volvió a clavar los ojos en mí, pero esta vez su mirada reflejaba una extrañeza que no conseguía comprender.

–Eso es imposible. Tenemos el teléfono de tu padre intervenido, hay micros por cada rincón de su empresa y nunca hemos conseguido grabar ninguna conversación con Conte o alguno de sus hombres, a eso me refería con la falta de pruebas.

–Tiene una habitación secreta en uno de sus almacenes, además el teléfono que usa para hablar con esa gente no es su móvil personal–apretó los puños con fuerza y resopló frustrado, debió sentirse muy estúpido en ese momento.

Jugando con fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora