Aria se hallaba en soledad, sentada a la mesa dentro de la cueva. A pesar de lo cómoda que era su cama y de lo cálido y agradable que era el ambiente, había pasado una pésima noche sin poder dormir, y apenas había logrado descansar unos pocos minutos.
Luego de que Letcitus partió, volvió a intentar dormir, pero gracias a sus preocupaciones, no había logrado siquiera cerrar los ojos. Así que ahora sólo estaba sentada en la sala, mirando hacia la nada y sin saber qué hacer.
Se levantó de la silla y salió de la pequeña cueva. Al salir, fue recibida por la fresca brisa de la mañana y los rayos del sol que comenzaban a calentar el día.
Miró hacia el horizonte, paseando la mirada entre los lejanos árboles del bosque que se extendía hacia todas las direcciones. Respiró una gran bocanada de aire puro y fresco, para luego sentarse en una roca cerca de la fogata casi apagada que yacía en la entrada a la cueva.
La montaña donde estaba le había parecido muy hermosa desde la primera vez que la había visto. Llevaba tanto tiempo sin apreciar el mundo exterior, que casi había olvidado la simple belleza del sol brillando y del viento meciendo los árboles suavemente.
Hace mucho que no sentía la brisa contra su piel y el calor de un agradable fuego calentar su cuerpo. Lo que es más, había olvidado lo que se sentía dormir en una cama propiamente dicha. Pero, a pesar de la tranquilidad y belleza de la montaña y del refugio, en su mente se hallaba una gran inquietud que no lograba apartar.
Luego del ataque a su ciudad, del cual había escapado por poco después de ver a toda su familia y amigos desaparecer a manos del ejército de Sorcim, Aria había pasado muchos años totalmente sola. Incluso, luego de un largo tiempo en esa situación de soledad, podría decirse que se había acostumbrado a estar sola y escondida.
Al principio, por supuesto, le había costado mucho, y casi todas las noches de los primeros meses las pasó llorando, sufriendo largas horas sin poder dormir a causa de las pesadillas recurrentes, sumergida en un dolor incontrolable y acosada a menudo por los recuerdos de aquel fatídico día en el que lo había perdido todo. Había estado a punto de perder lo único que todavía le quedaba: La vida y la cordura.
Pero con el pasar del tiempo, y luego de mucho esfuerzo, se había tenido que acostumbrar a no depender de nadie más que de ella misma. Había intentado olvidar, a pesar de que no tenía otra opción. Pasaba los días totalmente sola, escondida entre las oscuras ruinas. Ocasionalmente salía a ver el sol y a buscar comida, pero nunca más de unas pocas horas.
Durante los casi cinco años que duró encerrada entre aquellos estrechos y lúgubres pasillos, no le había preocupado nada más que sobrevivir y cuidarse a ella misma. Sin embargo, tan pronto como se encontró con Letcitus y posteriormente con Bylanz, volvió a sentir apego a otros seres.
De alguna forma, volvía a tener amigos, y eso pareció despertar de a poco aquellos recuerdos que con tanto esfuerzo había enterrado en su mente. Ahora, nuevamente volvía a ver amenazados a seres queridos, y una vez más por culpa de Sorcim. De nuevo sentía que podía perder a todos los que conocía, a pesar de que eran sólo dos personas.
Desde pequeña, Aria había escuchado historias sobre Letcitus y su poder sobrehumano. Historias de esas que contaban para tranquilizar a los niños, donde Letcitus era invencible y derrotaba el mal de mil maneras distintas. Más allá de eso, Letcitus la había salvado, y había presenciado ella misma una pequeña parte de su poder. Por supuesto, confiaba en que este podía ganar.
Pero también sabía de historias sobre el enorme poder de Sorcim. Junto con Letcitus, era uno de los seres más poderosos y peligrosos que existían. Y no solo eso: ella misma había sido víctima del alcance de su poder, cuando este pudo destruir totalmente una ciudad fortificada en pocas horas.
No dudaba del poder de Letcitus, pero le preocupaba si su poder sería suficiente para enfrentarse a Sorcim y vencerlo. ¿Qué iba a hacer si algo pasaba y Letcitus no volvía? ¿A dónde podría ir? ¿Cómo iba a soportar volver a perder a su recién adquirida familia? Estas y otras preguntas parecidas se repetían una y otra vez en su mente, llenándola de temor y de dudas que se expandían como el fuego entre la vegetación seca.
Un relámpago atravesó el cielo a lo lejos, iluminando todo con un destello de luz extremadamente brillante, y sacando a Aria de sus pensamientos. El cielo tenía un color normal, y no había rastros de lluvia, por lo que aquel brillante destello confundió a la joven, quien se quedó unos segundos mirando al lugar del cual había surgido la luz. Se levantó y volvió a entrar a la cueva.
Una vez dentro, se acercó al cuarto donde estaban los niños. Uno de ellos estaba despierto, sentado en su cama con gesto de aburrimiento, mientras los otros aún dormían. Era un niño de aproximadamente diez años, con unos brillantes ojos marrones y el cabello negro. Al verla, el niño levantó la cara y la miró con curiosidad.
—Hola —Saludó Aria con una sonrisa— ¿Cómo estás?
—Hola. ¿Quién eres? —Respondió el niño en voz baja, ignorando la pregunta.
—Soy una amiga de Bylanz, me llamo Aria, ¿Y tú?
—Myth. Mi nombre es Myth.
—Qué lindo nombre, Myth, es un gusto conocerte.
El pequeño asintió distraído. Parecía estar buscando algo en el cuarto, paseando sus grandes ojos por todas partes.
—¿Dónde está Bylanz? —Preguntó el niño, todavía recorriendo toda la habitación con la mirada.
—Él... —Aria pensó durante unos segundos antes de continuar— se fue por un momento, pero volverá pronto. Me pidió que me quedara aquí y los cuidara mientras él volvía.
—¿Se fue con Letcitus? —Preguntó Myth.
Aquella pregunta desconcertó a Aria. No tenía idea de que el niño conocía sobre Letcitus, y mucho menos de que lo hubiera visto.
—Pues... Sí —Respondió Aria—, se fue con él. ¿Cómo sabes que Letcitus estaba aquí?
—Lo vi en la mañana antes de que se fuera. Vi su armadura y supe que era él. Bylanz nos dijo que Letcitus vendría, y que iban a pelear contra Sorcim. Mis padres siempre me contaban historias sobre Letcitus y su armadura. Ellos decían que él podía vencer a Sorcim, y Bylanz también.
Aria escuchó aquello con un poco de tristeza. Pensó en los padres de aquel niño y en qué habría pasado para que estuviera sin ellos siendo tan joven. A la vez, notó que el niño decía aquellas palabras con mucha confianza. El creía que Letcitus podía ganar. Estaba seguro de eso, a pesar de que solo había oído historias. Y según lo que había dicho, Bylanz también tenía mucha confianza en poder hacerlo.
—Así es, Myth, Letcitus y Bylanz van a vencer a Sorcim —Aria sonrió, notando como aquellas palabras infundían confianza en ella misma mientras las decía—. ¿Conoces a los otros niños que están aquí?
—No —Respondió el niño negando con la cabeza—. Llegaron hace unos días pero no los conozco bien. Casi no hablan. Solo escuché sus nombres. Erina es la niña, y el otro niño es Vic.
El niño señaló a los dos pequeños que dormían: Una niña rubia y de piel clara, y otro niño un poco más pequeño, de piel oscura y cabello negro.
—Está bien —Dijo Aria—. Los conoceremos mejor luego. Vamos a dejarlos dormir. ¿Tienes hambre, Myth?
—Sí, un poco —Respondió el niño.
—Bueno, prepararé algo de comer para los dos, y luego podemos salir a jugar un rato, vamos.
Aria salió a la sala de la cueva seguida por Myth, y comenzó a buscar la comida. Luego de un tiempo buscando entre la gran cantidad de cuartos que había en la cueva, finalmente consiguió la sala que servía de cocina, donde había varios cajones con diferentes tipos de alimentos. Tomó algunos, repartiendo también pequeñas porciones al niño, mientras seguía centrada en sus pensamientos, que ahora habían cambiado.
Todavía se sentía nerviosa, pero ahora convertía la mayor parte de las dudas que tenía en seguridad y esperanza. "Letcitus va a vencer a Sorcim", era lo que ahora se repetía en su mente, a la vez que sonreía.
Sus dudas se habían disipado casi en su totalidad y ahora tenía mucha confianza. Por suerte la confianza de aquel niño había sido contagiosa. Aria estaba segura: Letcitus lo iba a lograr...
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El misterio del silencio
PertualanganEl Silencio y el Caos; Dos energías antiguas y poderosas que moldearon el mundo durante su creación y que todavía influyen en él. Dos fuerzas que han estado en conflicto constante desde que fueron creadas. A causa de esto, el mundo ha sufrido las co...