Capítulo 2 | Baile duranguense.

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Salgo del instituto como un relámpago para poder llegar a mi examen. No soy de las personas más veloces que puedes conocer, pero cuando se trata de llegar a tiempo a algún lugar o robarle el último bote de helado a Rosie, soy como Flash.

Un señor con bigote blanco y una tabla para tomar notas está parado en la acera, desde el primer instante en el que me mira, me dedica una mirada de desaprobación.

—Llegas tarde. —Alguien no está de buen humor.

—Lo siento... —trato de recuperar mi aliento, ya que todo el trayecto lo hice corriendo.

El bigotón camina hasta un coche pequeño y se sube en el asiento del copiloto. Me estoy cagando de miedo, no quiero arruinar este examen. Tomo el lugar del piloto y enciendo el auto.

¿Han escuchado que los nervios pueden arruinar todo? ¿No? Bueno, eso es muy cierto. Mi mente está en blanco. ¡¿Qué hago!?

Tranquila Stella, que no cunda el pánico. Todo va a estar bien... espero.

Mi pie pisa el acelerador, pero el otro —como si tratara de matarnos— pisa el freno. Esto provoca que parezca que estamos bailando duranguense.

El instructor trata de ayudarme, al ver que soy un caso perdido se arrepiente y toma notas en su tabla. No quiero ver más, así que cierro mis ojos. Vamos, nadie le ha hecho daño a otra persona al bailar duranguense.

—¡Por nada del mundo cierres los ojos! —grita el instructor. Salto del susto y lo siguiente que veo, es como le doy un pequeño empujón a un chico que pasaba con su bicicleta adelante del auto en el que yo estoy.

El chico no se levanta y como reacción natural, el pánico llega a mí.

—¿Lo maté? —Pregunto sin el valor de abrir los ojos.

El señor sale del auto y va a donde está el chico. Yo también salgo del auto y me percato de dos cosas:

1. El chico está sentado en el suelo mientras que se queja un poco del dolor que tiene en su pierna.

2. El chico no es un chico cualquiera. Es Lucas Duren al que acabo de atropellar.

Camino hacia Lucas y me pongo de cuclillas para tratar de ayudarlo de alguna manera.

—¿Estás bien? —pregunto y al ver su rodilla me arrepiento de haber hablado—. ¡Lo siento mucho!

—No te... preocupes. Sólo es el dolor. —Lucas hace una mueca de dolor.

Mi instructor ayuda a Lucas a levantarse y lo sube al auto en el que estaba tomando mi examen. El señor y yo intercambiamos lugares para evitar que vuelva a atropellar a un chico.

El trayecto al hospital se pasa en silencio, ya que desearía que la tierra me comiera en este instante. Después de eternamente incómodos diez minutos, llegamos al hospital. Ayudamos a Lucas para que baje del auto y llevarlo a donde el doctor lo va a atender.

El instructor y yo esperamos por unos segundos afuera de la sala.

—Supongo que reprobé mi examen —hablo con incomodidad.

Una chica con mala suerte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora