El Psicoanálisis.

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Bruce abrió los ojos de golpe, sentía como su corazón no dejaba de bombear rápidamente su sangre, la agitación y respiración alterada le obligó a sacar el aire por la boca.

- ¿Estás bien, Brucie? – se acercó John preocupado, ayudando a Bruce a incorporarse.

Bruce miró a su amigo, trató de tranquilizarse.

- Esos tontos guardias te dieron un buen golpe. – continuó. – Pero les rogué para que, pudieran ponerte aquí conmigo. Lo bueno de estar en Tratamiento Intensivo, es que hay camas dobles. – dijo mostrando la otra cama. – No sé por qué lo hicieron, si saben que podemos matarnos unos a los otros... - se desanimó.

- ¿Qué? – Bruce no sabía si tomar enserio aquella confesión.

- ¡Pero tranquilo! Tu eres mi amigo, nunca te haría daño.

- John... - dijo en tono más tranquilo. – Lamento no poder ayudarte a salir de aquí. – bajó la mirada. – Espero no te haya decepcionado.

John abrazó a Bruce, aplicando un poco más de fuerza, lo juntó a él.

- Pero estas aquí..., y es lo que más me importa, no me dejaste solo.

Separándose un poco de Bruce, comenzó a besarlo, recostándolo sobre la cama, John se subió a ella, separando sus piernas, colocándolas a un lado del torso del pelinegro, se recostó sobre de él, sin dejar de besarlo, colocando sus manos en las mejillas de su compañero.

Bruce correspondió rodeando a su amigo con sus brazos.

Fuertes golpes se presentaron en la puerta de la habitación, haciendo que ambos hombres se sobresaltaran dejándose de abrazar.

- ¡Wayne! – gritó uno de los guardias. – Tienes visitas. – indico a través de la puerta, haciendo sonido de las esposas.

- ¿Visita? – preguntó en susurro John.

- Regresaré en un momento.

Bruce se acercó a la puerta, abriéndola, miró al guardia por un par de segundos, mostrándole sus muñecas frente a él, fue esposado y llevado a la sala de visitas. Tras el transcurso del camino notó que había pocos guardias haciendo su rutina, eso le inquietó un poco y a la vez le hizo dudar de la seguridad que había en Arkham.

Entrando a la sala, se percató que Alfred ya se encontraba sentado en una de las mesas, retorciendo un pedazo de papel entre sus manos miraba por todas direcciones, como si alguien lo estuviera persiguiendo.

- ¿Alfred? ¿Estás bien? – preguntó Bruce ignorando las palabras y movimientos del guardia que lo había escoltado.

- Oh Bruce, tengo algo importante que decirle.

- Pues..., tenía pensado enviarte un mensaje, también tengo algo que decirte. Pero también comprendo que por algo estás aquí. Dime primero, ¿de qué se trata?

- Me han llegado diez de éstos citatorios. – dijo colocando el pedazo de papel sobre la mesa, arrastrándola hasta Bruce

- ¿Qué es esto? – miró el papel y sin dudarlo lo tomó releyendo el contenido.

- Al parecer, desde su entrada al Asilo, ha estado evitando al terapeuta.

Bruce suspiró hondo al terminar de leer y escuchar a su mayordomo, dejó la hoja nuevamente sobre la mesa. Quedando en silencio.

- Supongo, que ha estado muy ocupado. – continuó Alfred sin dejar de mirar a Bruce. – Solo le pido que vaya, al menos una vez al mes. Ya sabe, para que no sospechen de usted.

Los Renglones Torcidos de Dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora