-Narra Aegir: rey de los mares, personificación del océano.-
Jamás darán nada los aesir, siempre se creerán superiores a todas las demás razas de los nueve mundos. Siempre felices se sentirán de ayudar a sus mortales, de protegerlos de cualquier peligro, aunque este no exista; todo ello para hacer más grande su ego, para hacer más poderoso su orgullo. Jamás dará la estirpe de Odín nada a cambio, tan solo exigirán, jamás pedirán, jamás te considerarán un semejante, aunque dios tú también seas. Aegir me llaman, dios del mar, esposo de la temible Ran, abuelo del gran Heimdal, ni con ello respeto me tienen los divinos dioses. No me conoces solo por mi nieto, no solo por mi esposa, me conoces por más cosas y si no las recuerdas, ahora las descubrirás, al menos mi nombre sí te sonará.
Los dioses todos ellos, a mi salón llegaron. Sin si quiera presentarse antes, aquí irrumpieron; sin siquiera avisar, ellos entraron. Muchas excusas preparó Odín, pero ninguna me gustó, ninguna me creí. Los aesir humillando a mi persona llegaron, y yo tuve que saludarles con una sonrisa y mostrar un entusiasmo que para nada sentía. Les miré con un profundo y falso orgullo, el orgullo que cualquier anfitrión mostraría si los aesir en su salón quedarse a comer quisieran. Yo no era de esos falsos y orgullosos anfitriones. A la sangre de Odín, matadora de gigantes, asesinos de mi raza, aquí no quería.
Los aesir habían salido a cazar aquella mañana, y al llegar la noche a mi salón traían ellos sus piezas, todas magníficas. Odín presidía el grupo, con las ropas limpias y su gorro de ala ancha azul oscuro adornado su cabeza, poco parecía que hubiera cazado, pues muy impolutas, yo sus prendas encontraba. Apoyado sobre su lanza, el hijo de Bor, con semblante serio, me observaba. A su lado, Loki se mostraba, con las ropas más sucias y su sonrisa taimada, el dios del engaño me observa. Sin duda lo que por mi mente pasaba, perfectamente él conocía. Detrás iba el gran y poderoso Thor, junto a todos sus hermanos, sin aprecio me observaba el joven y temerario dios de la fuerza, muchacho impaciente y rudo era.
—Venimos de cazar, Aegir —me informó el viejo Odín—. Nos alegramos de verte. No sabíamos dónde comer y decidimos hacer un ritual con la sangre de nuestras víctimas —hizo una teatral pausa, donde alzó una mano para abarcar el lugar en donde se encontraban, mi palacio—. Tu salón fue nuestro destino.
—Agradecido me encuentro, Odín, Padre de Todos, rey de Asgard —respondí con más teatro, incliné mi cabeza ante los aesir con falso respeto, con falsa devoción, con un falso sentimiento. Mis nueve hijas a mi espalda, acompañadas por mi esposa, también se inclinaron ante nuestros poderosos invitados, imitando mis gestos.
Quise continuar con esta farsa, algunas palabras más decir, iniciar pronto una cena para terminarla igual de pronto. Cerca de mí no los quería, lejos los deseaba, contra antes aquello ocurriera, mejor me sentiría. Sin embargo mi expresión amable, mi sonrisa de falso agradecimiento, corrompidas por las palabras de un ser bruto, egoísta y egocéntrico, se vieron cortadas.
—Déjate de palabras bonitas, Aegir —gritó el gran Thor—. Prepara tu salón para nosotros los dioses. Aquí hemos traído la carne, tú prepara la cerveza. ¡Thor te lo ordena! —se golpeó el hijo de Odín el pecho con una de sus enguantadas manos y mi salón entero tembló como si un trueno hubiera vibrado sobre él.
Mi silencio duró mucho tiempo. Mientras, Odín observaba a su hijo con mirada severa, su comportamiento no fue el adecuado. El Padre de Todos intentó dirigirse a mí con respeto, pero Thor vino con exigencias. Sus hermanos, parte de ellos, parecían amonestarle con la mirada por sus prepotentes palabras, entre ellos Vidar y Tyr, Balder no cambiaba su apacible expresión. Thor simplemente sacó pecho y clavó sus ojos sobre mí, desafiante: ¿tienes algo que decir?, parecía preguntarme. Ahora sí que no daría de beber y comer a los dioses en mi salón, de aquí se irían, pero no podía negarme sin más o el respeto les faltaría, debía urdir un plan.
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El cantar de Hymir
AdventureUna vez los dioses fueron de caza y decidieron comer en la casa del dios Aegir. Este necesitaba un caldero para fabricar cerveza y poder servir a todos los dioses. Tyr decía conocer a alguien que poseía un caldero lo suficientemente grande como para...