Capítulo VIII: La jarra de cerveza.

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-Narra Thor: dios del trueno, de la fuerza y del trabajo.-


Me apoyé en una esquina del gran salón con los pies y los brazos cruzados, escuchando de fondo el berrinche de Hymir. No pretendía prestarle mucha más atención, pues el gigante estaba utilizando todos los insultos que conocía para referirse a mí. Como no le ignorara, Mjölnir acabaría en su cabeza. Desde luego había personas que no se despertaban muy bien después de la siesta.

— ¡Malditos dioses! ¡Sabía que me la ibas a jugar! —despotricó, Hymir— ¡Jamás debí dejarte entrar! ¡Al final tu único deseo era matarme!

— ¡Pero si la culpa es tuya, pedazo de idiota! —insistí, fue él quien me hizo perder a la serpiente.

— ¿¡Cómo me has llamado!? —gritó Hymir, más encolerizado de lo que ya estaba.

Cualquiera, menos yo, se habría asustado; pero con aquella cara magullada, acompañada de una melena despeinada y mojada que se asemejaba demasiado a un animal muerto, era complicado sentirse intimidado por el gigante.

Iba a repetirle a Hymir mis palabras, a volver a insistir, y con más ganas, que la culpa no era mía, a ver si de esta manera las procesaba, pero Hrod se puso por medio, intentando apaciguar a su marido.

—Querido —comenzó ella, acariciándole la enredada barba. Su tono me recordaba al de Tyr, aunque Hrod tenía más temperamento que mi hermano—, Thor dice que le saboteaste su pesca. ¿Es eso cierto? Mi hijo y yo queremos saber que pasó.

Hymir tembló unos segundos, con los puños apretados, mientras me miraba fijamente; parecía que quisiera hacerme estallar en pedazos como hizo anteriormente con uno de sus pilares. Yo le sostuve la mirada, que lo intentará si le apetecía, a ver quién era más rápido, si sus ojos o mi martillo.

— ¡Es su culpa! —me señaló, iracundo— Íbamos a pescar, yo iba a ganar, pero el hijo de Odín tenía que ser más que nadie, pescó a Jörmundgander y por poco nos hace volcar y hundirnos. Mi pobre barca está destrozada —ahora tocaba hacerse la víctima—, yo solo intenté salvar mi vida.

— ¡Lo tenía todo controlado! —insistí pisando fuerte el suelo— El único problema aquí es que tú eres un cobarde —lo señalé con el dedo.

— ¡Necio! ¿Qué ibas a tener controlado tú? Esa serpiente es lo peor que ha podido existir en este mundo. ¡¡No tenías nada controlado!! Nos ibas a matar a los dos. Ni siquiera le diste con el martillo.

Al que le iba a dar con el martillo era a él. Empecé a acercarme al gigante con los ojos echando chispas, pero Tyr se puso en medio y me miró fijamente a los ojos. ¿Tengo que decir otra vez que con su eventual expresión seria? Creo que está claro que mi hermano es como mi padre, no saben poner otra cara.

—Ahora no, Tyr —le advertí, no tenía ganas de aguantar sermones.

—Ven —me agarró del brazo y me llevó fuera, donde el sol comenzaba a asomar tímidamente por el horizonte—. Tengo un plan —dijo cuando estábamos lejos de oídos ajenos.

—Dilo —me crucé de brazos y golpeé repetidas veces con el pie el suelo, impaciente.

—Déjame echarte la culpa, necesito quedar limpio. Se supone que mi padrastro me respeta, y yo quiero ese caldero. ¿Lo entiendes?

—No.

—...

— ¿Qué?

El cantar de HymirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora