Capítulo IX: El caldero de Hymir

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-Narra Tyr: dios de la guerra, de la gloria en combate, y de la victoria.-


Quería pensar que al menos lo habíamos conseguido, que por fin podríamos irnos y volver hasta Aegir con el caldero; pero no me gustó en absoluto ver a mi padrastro hundido, sentando en el suelo, observando con la pena reflejada en sus ojos, su destrozada jarra.

—Noooo... —gritó desconsolado— ahora no podré volver a asistir a las fiestas, no podré mostrar orgulloso mi irrompible jarra, el hijo de Odín me la ha roto —alzó la vista, aun con las lágrimas anegando sus ojos, pero con la ira y el orgullo roto, reflejados en el fondo de estos—. Dicen la verdad, solo traes pena y dolor a los gigantes, padre de Modi.

Mientras, Thor ignoró por completo su dolor.

—Me he ganado el caldero —a mi hermano era lo único que le importaba.

—Cógelo y no vuelvas —le dijo mi madre, quien se había acercado a Hymir para abrazarlo y consolarlo.

Quise también ayudar en ello, pero sabía que lo único que me ganaría de Hymir sería un manotazo, y no deseaba que me prohibiera la entrada a su hogar. Prefería de momento no llamar la atención, por ello me fui con Thor a coger el caldero. Mi hermano se encargó él mismo de bajarlo desde el techo, allí donde se encontraba colgado; Thor lo había dejado en el suelo, y ahora se dedicaba a contemplarlo como si aquello fuera un trofeo.

—Increíble, ¡eh, Tyr!

Asentí. El caldero poseía un precioso color bronce pulido bastante vistoso, tanto que podías verte reflejado en él. Así me vi en ese instante, desprovisto de casco; contemplé mi rostro barbado, mis cabellos castaños que caían sobre mis hombros, y mis ojos azules, todo ello enmarcado en un joven rostro. Su visión produjo que un escalofrío recorriera mi espalda, pues allí vi reflejado no mi cuerpo, sino mi alma. Los acontecimientos que hacía unos inviernos ocurrieron, habían ocasionados en mí un deterioro físico que ahora era capaz de apreciar. Mi pelo castaño estaba en parte veteado por hebras grises, y alrededor de mis ojos había unas finas arrugas, todo fruto de mi amargura... ¿dónde se encontraba ahora el orgulloso guerrero?

No importa, Tyr. Tienes un hijo y una hermosa y buena mujer que te ama. ¿Para qué te lamentas? Me lamentaba de no sentirme el mismo que entonces era.

—Vamos, coge el caldero —dijo Thor.

Agradecí sus escuetas palabras, así dejé de torturarme a mí mismo. Me acuclillé al lado del caldero e intenté levantarlo con un brazo. Para ser sinceros, pretendí alzarlo con tanta diligencia porque no pensé que iba a pesar tal cantidad... pero desde luego aquel caldero no se iba a poder robar fácilmente si alguien así lo pretendiera. Temblé mientras intentaba hacer que se moviera, me empezó hasta a doler la cabeza por el esfuerzo, incluso quise ayudarme con el brazo derecho, pero me fue imposible. Me separé y cogí aire, intentando refrescarme después del esfuerzo.

—Cógelo tú —dije a Thor cuando conseguí articular dos palabras juntas—, se ve que yo no puedo... —acabé murmurando, agachando la cabeza, pero decidí no darle mayor importancia, no me causaría ningún bien.

—Déjamelo a mí —Thor cogió el borde del caldero, lo arrastró un poco, y con ayuda de uno de sus muslos, se lo colocó encima... con él dentro. Contemplé las argollas del caldero que casi rozaban el suelo, solo se veían los pies de mi hermano.

—¿Estás bien ahí dentro? —pregunté dando una vuelta alrededor de Thor, o más bien alrededor del caldero; de repente no me importaba tanto no haber podido coger aquel recipiente de bronce.

—Perfectamente —su voz se escuchó como un eco, desde el interior—, guíame.

Así lo hice, aunque pocas veces me hizo caso Thor mientras le indicaba la salida. Durante casi todo el trayecto se chocó él solo con las columnas que aún quedaban en pie.

El cantar de HymirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora