Capítulo VI: Jörmundgander

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-Narra Thor: dios del trueno, de la fuerza y del trabajo.-


Como bien se hubo acordado, al caer la noche, tuve que seguir a un sonriente Hymir hasta su barcaza. El muy idiota creía que sería incapaz de pescar algo, o que mi presa sería menor que la suya, pues se iba a quedar con las ganas cuando viera a Jörmundgander sobre su bote, iba a pescar algo tan grande que necesitaría nueve knerrir para transportarlo.

La barcaza de Hymir seguía más o menos donde la encontré esta misma mañana, el mar sin embargo, no estaba como lo recordaba. El gran azul había cambiado, por lo que ahora la embarcación flotaba suavemente sobre el mar en vez de estar varado en la arena. La orilla en la noche, al contrario que hacía unas horas, permanecía oculta por el agua, pues la marea había subido y por ende elevado el viejo bote de madera hasta la zona rocosa que delimitaba la playa. 

—¡Venga! —gritó el gigante— Deja de mirarlo todo con aire señorial y sube al bote.

Hymir entró dentro de este con los útiles de pesca, colocó los remos en posición, y dejó a un lado un trozo de carne bien grande, su cebo.

— ¿No hay para mí? —pregunté pasando la vista de la carnaza al gigante con una expresión poco amistosa en mi semblante. ¡A mí nadie me trataba con tanta indiferencia!, y menos Hymir, un gigante.

—No—respondió—, si quieres un cebo te lo tendrás que buscar tu solito, aunque por aquí no hay mucho donde buscar —dijo el gigante acomodándose en el bote, mostrando una asquerosa sonrisa adornando su semblante. Yo ya empezaba a crujir los dientes, y a cerrar los puños, poca paciencia me quedaba para un caldero.

—Si me das un cebo me encargo yo de remar —dije con la mayor tranquilidad que pude, aunque mi voz empezaba a sonar fría y cortante.

—Vas a remar igualmente —aseguró Hymir, aunque después decidió ser un poco más amable, buena elección—. Está bien, te esperaré a que vuelvas con un cebo, te permito que sea uno de mis uros, mira que generoso soy —dijo con una falsa sonrisa amistosa.

¡Pero cuanto descaro!, pensé indignado. ¡Vaya si voy a volver con uno de tus uros!, apreté los dientes y me llevé la mano al mango de mi martillo.

Partí en dirección al campo mientras rumiaba y maldecía en voz baja, tampoco quería que Hymir escuchara lo que tenía planeado hacer. Saqué a Mjölnir mientras caminaba directo hacia donde se encontraban mis cebos favoritos, los había visto esta mañana, unos bellos y orgullosos uros que pastaban felices por una zona de apetecible hierba, sus pelajes se mostraban brillantes a la luz de la luna, su dueño sin duda los quería y cuidaba con mucho amor. Reí de forma siniestra mientras me acercaba a estos animales, abriéndome paso hasta aquel que parecía tener mejor porte.

—Seguro que tú eres el semental y todos estos tus hijos —empecé a darle vueltas al martillo por el mango—. Pues ahora me vas a servir para salvar a los hombres, aquellos a los que consagré mi vida el mismo día en que nací —me coloqué en posición y descargué Mjölnir sobre el cuello del bóvido.

Tras un corto: muuu..., la cabeza salió volando y esperaba que directa a la barcaza.

La confirmación llegó conforme fui acercándome a la playa y escuché los gritos e improperios de Hymir. Sí, había acertado, la cabeza estaba en el bote.

— ¿Te gusta mi cebo? —pregunté con algo de burla al llegar a la playa, justo con el mismo descaro que él me había brindado hasta ahora.

— ¡¡Himinhrjót!! —dijo Hymir mientras contemplaba bastante horrorizado la cabeza sin vida que tenía delante— ¡Miserable! —eso iba por mí, sobre todo porque me estaba contemplando con el frío y el odio latentes en su mirada—, ¡has matado al mejor de mis uros!

El cantar de HymirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora