-Narra Jörmundgander: la serpiente de Midgard, hijo de Loki y Angrboda.-
Nueve eran, nueve nacidas de una sola madre. Gialp, Greip, Eistla, Eyrgiafa, Ulfrun, Angeyia, Imd, Atla y Jarnsaxa, más los hombres, asustados de su feroz presencia, las llamaron Himinglaeva, Dúfa, Blódughadda, Héfring, Udr, Hrönn, Bylgia, Bara y Kolga. Las nueve olas, significaban sus nombres, y en el temor de los humanos se convirtieron. Ningún navío, por poderoso que fuera, se les podía resistir. Todos en Midgard las temían, nada más verlas subir y abrazar la madera de algún langskip, y otros tantos barcos que pasaban allá por donde se encontraran. Quebraban las resistentes construcciones con mano de hierro; las hacían sumergirse en el interior de las aguas hasta la morada de Ran, quien ahora me contemplaba con sus hambrientos ojos. Os contaré que pasó antes, y porque ella acudió a mí, como otras tantas veces ya había hecho.
Aquellas nueve gigantas eran temidas por los hombres, pero amadas por los dioses. Las nueve sedujeron hace eones al rey de Asgard en las orillas de Midgard; su cuerpo acariciaron y nueve meses después, sobre la costa, dejaron a un niño que Odín recogió satisfecho; Heimdall se llamó, el más excelso y peculiar de los dioses. De una extraordinaria blancura, sus ojos y oídos eran los más certeros y finos en los nueve mundos, nada se escapaba a su vista, y por ello fue nombrado guardián de Asgard. Por si no fuera suficiente, antaño decidió dar orden a Midgard; bajó de los cielos y con su carne creó las clases sociales. Los dioses, como era costumbre en ellos, organizando el mundo a su gusto. Todo esto pasó antes de mi nacimiento, pero yo escuchaba historias de antaño, historias muy interesantes que contaban los marineros al caer la noche.
Aquellas nueve mujeres no eran del todo similares, hubo una, de entre todas, que sobresalió en el grupo; Jarnsaxa, Espada de Hierro, su carácter no fue menos que su nombre, pues era muy diferente a sus hermanas, lo vi nada más conocerla. Todas me contemplaban como si fueran un único cuerpo, excepto ella, cuya curiosidad y desconfianza mostraba bajo un leve ceño fruncido, mientras no cesaba con su mirada en intentar comprender mi naturaleza. Jarnsaxa era distinta, por ello se alejó de sus hermanas un día, y sedujo con sus cabellos blancos al dios del trueno. De la unión nació Magni, de quien muchas cosas se cuentan. Poderoso como su padre, con solo tres inviernos levantó un gigante que aplastaba a Thor.
La historia que os quiero contar, ocurrió cuando los dioses llegaron a Hlésey, en Midgard, la isla donde el dios Aegir vivía. Sé que ya conoces lo ocurrido por boca de los dioses, pero sigues sin saber toda la historia, mi historia, mi versión de los hechos. Ran y sus hijas vivían en el mar; yo las veía con demasiada constancia, pero aquel día se ausentaron más de lo habitual, pues salieron de las aguas y acompañaron a su padre, para así presentarse ante los dioses que recientemente volvían de la caza. Cuando Thor y Tyr partieron, tras llegar a un acuerdo con Aegir, Ran vino a mí, y lo hizo con estas palabras:
—He visto a Thor —dijo la diosa, nada más hallarme. Sospechaba que Aegir, como personificación de los océanos, le había susurrado donde me encontraba; aunque tampoco era muy difícil identificar mi inconmensurable cuerpo, tampoco me molestaba en intentar ocultarlo. Así era, tanto había crecido que ocupaba el mar de Midgard casi por completo, hasta morder mi cola.
—¿Qué pretendes, hablándome así? —pregunté a la de cabellos oscuros como el profundo mar. A su espalda, estaban ocho de sus hijas, faltaba Jarnsaxa, quien posiblemente estuviera en Bilskirnir, el hogar de Thor, hacía mucho que no la veía por estos lares.
—Lo quiero en mi red —abrí bien mis ojos para comprobar cuanta verdad había en sus palabras, Ran de verás deseaba hacerse con el dios de la fuerza.
—Una vez me ató a una rama. Enfrentarme a él no me traerá nada bueno, tampoco obtendré algo a cambio —y añadí después, ya que Ran parecía querer insistir—. No desconfío de mi fuerza, quizás acabe con su vida, pero me niego que él concluya la mía.
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El cantar de Hymir
AventureUna vez los dioses fueron de caza y decidieron comer en la casa del dios Aegir. Este necesitaba un caldero para fabricar cerveza y poder servir a todos los dioses. Tyr decía conocer a alguien que poseía un caldero lo suficientemente grande como para...