-Narra Thor: dios del trueno, de la fuerza y del trabajo.-
Esto no se iba a quedar así, ¡desde luego que no!, iba a pedir una compensación por los daños ocasionados, ¡los que este descerebrado le iba a causar a Midgard en los próximos inviernos con sus acciones! Quizá exigía el famoso caldero, ese que nos había traído hasta aquí y que durante tanto tiempo intentábamos conseguir. ¡Ahora desde luego me lo merecía... y antes también! Para algo era el todopoderoso Thor, salvador de Midgard. Mis acciones debían ser recompensadas.
De momento tenía que llevar a Hymir sobre los hombros como si fuera una de mis cabras, una que se había zampado un prado entero. El gigante aún seguía inconsciente tras la torta que recibió por mi parte, y aunque le había dado al llegar a tierra un par de bofetadas para que se espabilara, no hubo manera de despertarlo, no tuve más remedio que cargar con él hasta su mansión, no iba a quedarme en la barcaza esperando a que Hymir se dignara a recuperar la conciencia, por ello decidí volver al palacio con él a cuestas. Sostenía al gigante sobre mis hombros con ayudo de mi mano izquierda, con la otra me afanaba en arrastrar las dos malditas ballenas que él mismo había pescado. ¡Oh sí! Ahora mismo era el hombre más feliz de los nueve mundos, si se me cruzaba alguien, iba a poder comprobarlo, y también comprobaría lo eficaz que era mi martillo, Mjölnir también tenía derecho a divertirse.
Durante el trayecto, seguí quejándome un poco más, nadie me lo iba a impedir. No paraba de pensar en todo el esfuerzo invertido para coger a Jörmundgander, de nada había servido, solo para fracasar en mi empresa. Yo, el poderoso Thor, había intentado pescar a la gran serpiente de Midgard, y a punto estuve de acabar con él, pero no fui capaz por culpa de un cobarde gigante. Recordé las veces que mi padre y los vanir decían que en ocasiones las cosas ocurrían de una cierta manera y no lográbamos nuestros fines porque estos debían manifestarse más adelante, ¡chorradas! El único culpaba de este incidente era Hymir y su cobardía. Decidí dejar de pensar en el tema; con demasiada insistencia corroía mi mente, debía conseguir calmarme un poco o acabaría pagándola con quien menos, quizá, pudiera merecerlo. Andaba cansado y hambriento, quería llegar al palacio y mi mente era un hervidero de furia e ira incapaces de amansar. Más le valía a Hrod no tocarme las narices cuando llegara. Solo porque su marido estuviera un poquito dormido no era razón para emitir gritos e improperios hacia mi persona.
Accedí al interior del palacio con una sonora patada en la puerta que precedió mi llegada. ¿Qué?, tenía las manos ocupadas, no podía abrir o llamar, fui por la vía rápida. Es más, entrada ya la oscura noche, casi que se iba anunciando el día, ¿quién estaría despierto para recibirme? Pues descubrí que mi hermano, su madre, y su abuela. Los tres salieron de la cocina en cuanto escucharon el golpe. La abuela iba con un cazo en la mano, Hrod portaba un cuchillo, y Tyr iba con su hacha de doble hoja preparada por si debía usarla, buen dios de la guerra.
—Traigo la cena —anuncié al tiempo que tiraba a Hymir al suelo—, éste no —advertí y lancé después las dos ballenas, dejándolas al lado del gigante—, ésto es la cena.
Hrod soltó una exclamación y fue corriendo a comprobar si Hymir se había aproximado demasiado al Hel o solo se estaba echado una apacible siesta. Tyr por su parte dejó claro con una sola mirada lo que estaba pensando en estos momentos sobre mí: cosas bastante feas, como si él fuera mi madre y yo un niño al que debiera enseñar como comportarse. La abuela no dijo ni una palabra, la abuela era el único ser inteligente en esta sala. Uno no debía hablar cuando Thor solo quería dormir, porque Thor andaba enfadado, ya que a Thor el día no le había salido del todo bien y le picaban las manos, puesto que Thor tenía ganas de coger su martillo.
La anciana giganta continuó con su eterno silencio mientras que Hrod no paraba de gritar intentando llamar a Hymir. Tyr parecía estar acordándose de toda mi estirpe, ¿por qué se tenía que agobiar tanto él solo? Si temía por aquello que buscábamos, debía saber que no había pasado nada, el caldero ya era mío, Hymir me lo tendría que dar le gustara o no, me había hecho perder a la serpiente.
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El cantar de Hymir
AdventureUna vez los dioses fueron de caza y decidieron comer en la casa del dios Aegir. Este necesitaba un caldero para fabricar cerveza y poder servir a todos los dioses. Tyr decía conocer a alguien que poseía un caldero lo suficientemente grande como para...