10:46 pm

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Es extraño todo lo que una persona puede recordar.

El rechinido de la silla al levantarse, la brisa del mar golpeando tus mejillas, el aroma de un bizcocho recién horneado de la panadería o incluso sonido de las hojas al caer con el viento. Todos, cada uno de ellos, recuerdos que vuelven a tu mente como un torbellino y arrazan por completo tus pensamientos. Y en ese momento, solo estas tú… ese recuerdo… es el momento que esperaste por tanto tiempo.

Ahora… quiero volver a vivirlo

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En el balcón

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El largo viaje desde el aeropuerto hacia el apartamento termina una vez piso la alfombra de bienvenida. Cierro la puerta, tiro maletas y me lanzo sobre la cama.

—Me duelen los pies…— exclamo cansado colocando mis manos debajo de la almohada.

Giro para mirar el techo suspirando. Mis ojos son atraidos por las luces del exterior.

Camino descalzo hasta la ventana y la abro.
El aire es tan espeso que no puedo evitar sentir escalofríos por todo mi cuerpo.

Cierro los ojos por un momento y escucho la respiración de la ciudad: los coches, la gente en los bares, risas, amarguras, soledad… al abrir los ojos nuevamente contemplo mi alrededor. Un edificio a no más de 70 cm de cercanía, un breve callejón sin salida al final de ambas construcciones y el alumbrado en la acera.

Me abrazo mirando hacía la calle mientras exhalo lentamente dejando escapar el vapor entre mis labios.

—Je… debes tener frío— llevo la mirada justo al frente donde un chico se quita los lentes. Su cabello es rubio. Delgado. Bastante apuesto. En su mano izquierda sostiene un libro y se levanta del barandal de aquel pasillo entre la ventana y su habitación.
—Es solo… no soy de aquí. El clima es diferente— me limito a decir intercambiando miradas.
—¿De donde eres?
—Japón. ¿Tú eres de aquí?
—Soy americano, pero solo un forastero— cierra su libro y guarda los lentes en su camisa.
—Mi nombre es Eiji, Okumura Eiji— tiendo mi mano desde mi balcón al suyo.
—¿Eres retrasado?— mira en otra dirección soltando risas— No deberías decirle tu nombre a alguien que recien conoces, no puedes fiarte de los demás en la ciudad.

Inflo mis mejillas en cuanto lo escucho.

—Pero bueno, mucho gusto— me extiende la mano sonriendo— puedes llamarme Ash.

Le miro nuevamente un poco contrariado pero la tomo y ambos damos un ligero apretón. Sonrió de igual menera.

—El gusto es mio… Ash.

En el balcónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora