12:15 pm

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—Wow, ¿entonces es tan enorme como dicen? Quisiera poder ir.
—Solo debes registrarte, no hay necesidad de una identificación.

Cruzo mis brazos y recargo mi cabeza sobre ellos mientras le miro hojear aquel libro.

—¿Como se llama?
—¿Te refieres a esto?— lo agita hacia mi mientras haciento con la cabeza.
—El guardián entre el centeno. Una novela de J.D. Salinger.
—Ho, ese autor, escribió una colección de libros cortos… 7 o 9 cuentos… no lo recuerdo bien.
—Parece que tienes algo de cultura en ese cerebro después de todo— inflo mis mejillas y giro la cabeza en otra dirección.

El aire sopla sobre mi cabello ondeando y giro nuevamente hacia él pero todo es diferente esta vez; en su rostro se ilumina la luna y mira hacía el cielo, como si buscara una respuesta. Es tan calida su compañía en ese momento, tan tranquilo que mirarlo me resulta exquisito y me conforta. Sonríe y vuelve la mirada hacía mi para desaparecer ese gesto amable y volver a mostrarme al chico gélido que en un principio conocí.

—¿Quién eres?— pregunto asombrado.
—No entiendo a que te refieres— deja el libro en el barandal y se estira— ¿todos los japoneses son irritantes?
—¿Y todos los americanos son rebuscados?— me dejo caer el suelo sentandome mientras me recargo del barandal.

Miro esa inmensa y brillante luna y cierro los ojos para orar en silencio por un momento.

Miro esa inmensa y brillante luna y cierro los ojos para orar en silencio por un momento

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Su cabello es tan oscuro y se mueve con el viento. Se deja caer sin más sobre ese viejo barandal oxidado haciendo que me preocupe por si caera o no. Me pregunto si todos los japoneses son así de confiados y estúpidos, es realmente irritante… pero, me siento alegre a su lado.
No hay nadie con quien pueda hablar, alguien con quien desahogarme o que si quiera me escuche.
Es difícil de describir pero es como si su sola presencia alejara un poco mi soledad.
No puedo fiarme de quienes me rodean, realmente no puedo. Envidio que vengas de un lugar lejano donde creciste en la inocencia y puedes confiar ciegamente en lo que te rodea.

Abre los ojos y se levanta mirándome, continuó leyendo el libro donde me quede.

—¿Puedo leerlo?— me dice seriamente.
—No creo que puedas entenderlo, eres muy inocente y torpe, supongo que los japoneses solo len mangas, este libro se lee de izquierda a derecha.
—¡Claro que puedo, no tengo 12 años!— me mira furioso, coloca su mano en el barandal junto con su rodilla.
—¡Cuidado!

Sin pensarlo arrojo el libro y los lentes para tomarlo de la cintura.
Lo abrazo mientras la mirad de su cuerpo se supende del otro lado.
Él me mira abrumado y rápidamente lo empujo hacía su balcón.

—¡Que idiota eres, no puedes hacer eso, estas a 9 metros del piso, podrías fracturarte, ¿que hibieras hecho si no te tomará, he?— grito furioso mientras me mira asustado— ¡Nunca intentes algo parecido!
—Lo siento, no fue mi intención… sólo quería…
—Tengo que irme, ¡que mal día!

Entro a la habitación y de un golpe cierro la puerta hacia el balcón.

Entro a la habitación y de un golpe cierro la puerta hacia el balcón

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Mi corazón se agita rápidamente y me inclino hacía el suelo. Realmente fui un estúpido.

Llevo la mirada al suelo para ver la altura. Probablemente me hubiera fracturado un brazo o una pierna.

—¡Que idiota!— digo avergonzado soltando un suspiro.

Miro nuevamente hacia el suelo y noto que el libro y los lentes han caído. Sin pensarlo corro hacía la calle. El libro esta en perfecto, pero los lentes se arruinaron. Me siento culpable, supongo que si soy molesto… tal vez por eso… yo huí de Japón.

En el balcónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora