Pasado -Parte 1-

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—¿Vive muy lejos de aquí?

—Sí, a una hora de aquí.

—Oh, sí es muy lejos. Podría pedirle a mi padre que venga aquí, y lo lleve en su carreta.

—Está bien, niña, no hace falta. Cuando el sol comience a bajar, me iré caminando.

—¿Está seguro? Esa herida se ve muy profunda.

—Sí, estoy bien. ¿Cuántos años tienes, Layna?

—Diecisiete —sonrió—. Y ya no soy una niña.

—¿Ah no? —sonrió divertido—. Pues para mí pareces una niña.

—Sé que mi cuerpo no es el de una mujer —pronunció bajo, desviando la mirada—. Pero estoy segura que algún hombre querrá tomarme.

—Yo también estoy seguro de eso.

—Por cierto señor Santo ¿Cuántos años tiene usted?

—Casi treinta.

—Oh, ya es grande.

—Tampoco soy viejo.

—No me refería a eso —sonrió—. ¿Le parece si le hago compañía un poco más? Quiero asegurarme que estará bien.

—Claro.

-o-o-o-o-

—¡Santo! ¿Dónde estabas? ¡Pensé que habías muerto! —exclamó su mujer al verlo llegar.

—Sólo me herí cortando leña, pero estoy bien.

—¿En dónde? ¿Es grave? ¿Debo llamar al doctor Ford?

—No es grave, una venda y estaré bien.

La mujer suspiró, y se abrazó a él.

—Estaba muy preocupada.

—Estoy bien, cariño.

Se separó de él suavemente, y lo observó a los ojos, acariciando sus mejillas.

—Seguro no pasaste por el bar ¿Verdad?

Santo rodó los ojos con fastidio, alejándose de ella.

—¿Ya empezarás con lo mismo?

—No es mi culpa que no pueda darte hijos, y-

—Yo no te culpo de nada, Pía. Y mucho menos ando buscando mujeres en los bares.

—No sé porqué no logro quedar embarazada —pronunció afligida.

—No hablemos de esto ahora —le dijo cansado—. Mejor vayamos a la cama, quiero dormir.

—¿No cenarás?

—No, no tengo hambre.

-o-o-o-o-

—Así que tú eres Santo.

—Así es señor, soy leñador y además carpintero.

—Sí, mi hija me habló de tí.

Desvió la mirada, y observó que la joven castaña estaba a unos metros de distancia de ellos, sonriéndole. Y sabía que no sería adecuado, pero le sonrió levemente, saludándola con un gesto de su mano.

—Quisiera comprar unos muebles, sillas básicamente. Mis hijas mayores vendrán para el verano, y todas ellas tienen hijos.

—Comprendo, ¿Algún diseño en particular?

—Sí, quiero que sean con el mismo diseño de las que tengo. Sígueme, tengo una de muestra en mi almacén.

Santo asintió con la cabeza, y lo siguió, sin perder de vista a Layna, que los observaba desde la entrada de la casa, sentada junto a su perro.

No tan SantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora