Pasado -Parte 2-

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Sólo dos días le había llevado replicar la silla del padre de Layna. Y aunque la paga había sido buena, ahora tenía que realizar quince sillas más.

No había vuelto a ver a Layna, había tenido la esperanza de encontrarse con la muchachita, pero según había oído, ella se había ido a visitar a una de sus hermanas. Y no volvería hasta dentro de varias semanas.

—Santo.

—Dime —murmuró tallando uno de los tantos pétalos de rosa que tendría esa silla.

—Lo estuve pensando.

—¿Qué cosa?

—¿Y si con el dinero que te darán nos vamos de aquí? Éste pueblo no tiene futuro.

El muchacho suspiró, ignorando a su mujer. Sabía que sus verdaderos motivos eran otros. Pía solía ser una mujer muy problemática, y ya habían tenido diferencias con más de un vecino.

—Podríamos ir al siguiente pueblo, donde hay mejores comerciantes. Todos elogian tus trabajos, mi amor. Eres uno de los mejores carpinteros que existen. Tu habilidad para los detalles, es única.

—No lo sé, Pía. Y ahora estoy trabajando, no es momento para hablar de esto.

—Piénsalo, sería un mejor lugar para cuidar de nuestros hijos.

Apretó sus dientes, y se guardó la rabia. Estaba ya harto con el tema de los hijos. Pía se había vuelto agobiante.

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—Que bonito bebé eres —sonrió haciendo jugar a su sobrino, tomándolo de las manitos.

—Pues tú también tendrías uno, si te apuraras a aceptar al joven Francisco.

—¿Por qué nadie entiende que no me gusta?

—No se trata de eso, hermanita, sino del futuro que pueda darte.

—Emilse ¿Tú te casaste sin amor?

—Con el tiempo llegas a querer a tu marido, respetarlo. Se genera un cariño.

—¿Y amor?

—Sí, si tienes suertes, hasta puedes llegar a sentir amor.

—¿Eres feliz?

—Soy muy feliz, tengo todo lo que deseo. Mi marido suele ser muy complaciente conmigo.

Layna asintió con la cabeza, mirando a su sobrino. Lo cierto, es que su hermana vivía en una casa enorme, con muchos lujos y beneficios. Había contraído matrimonio con un burgués.

—Layna, si lo piensas demasiado, acabarás vieja y soltera.

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Haber conocido a Layna, había sido una bendición. Su padre había hablado con sus conocidos, sobre lo magnífico que Santo era como carpintero y artesano. Sobre su increíble habilidad en los detalles finos.

Y ahora, contaba con trabajo todos los días, desde pedidos básicos, hasta grandes desafíos para el joven leñador. Incluso, el señor Smith le había dado dos de sus trabajadores, para que se encargaran de conseguirle la madera, y así agilizarle un poco el trabajo.

—Ash, estoy harta de esa Gloria, se cree que porque su marido gana unos céntimos más, tiene derecho de venir, y refregarnos en la cara sus nuevos regalos. ¿Puedes creerlo? ¡Le compró unos pendientes de perlas!

—Que bueno que Jairo la pueda complacer —le dijo desinteresado Santo a su esposa, mientras lijaba una tabla.

—Santo, a mí también me gustaría unos pendientes así, o un collar. Algo que yo también pueda mostrar.

—¿Para qué? Eres la mujer de un carpintero.

—Pero no de cualquier carpintero. Han venido a dejarte pedidos de todo el estado. Cada día, te haces más conocido —sonrió emocionada—. Ya puedo soñar con nuestra próxima casa, como la de los señores Davis. Con vista al lago.

—Vaya que tu imaginación vuela alto, Pía.

—La tuya también debería hacerlo, tendremos tanto dinero, como cualquier familia superior. Con criados y sirvientes.

Suspiró, y negó con la cabeza, intentando ignorar los aires de superioridad de su mujer. Al menos ya se había olvidado el asunto del bebé.

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—Que hermoso, padre, me encanta —pronunció fascinada, observando el nuevo espejo que su padre le había regalado.

—Lo hizo el carpintero ese. Le dije que a ti te gustaban los lirios, y se tomó el trabajo de tallarlos y pintarlos en el marco.

—Santo —sonrió pasando suavemente sus dedos por las flores.

—Sí, ese.

—Padre ¿Podría ir al pueblo? Quisiera comprar unas telas para un nuevo vestido.

El hombre la miró sorprendido, Layna no solía preocuparse por ese tipo de cosas, pero le alegraba escuchar aquello. Quizás finalmente, aceptaría a Francisco.

—Por supuesto, y lleva también por si encuentras alguna otra cosa que te guste.

—Gracías —sonrió tomándolo de la mano, besando el dorso de la misma.

Salió emocionada del despacho de su padre, y fue directo a su habitación, para prepararse.

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Se quitó la camisa que tenía puesta, y secó su rostro completamente sudado. En pleno verano, y encerrado en ese taller, Santo no sabría cuanto más podría aguantar. Desde que se levantaba, a las cinco de la mañana, comenzaba con la construcción de los pedidos. Y así seguía todo el día hasta las diez u once de la noche, sólo descansando para almorzar, o comer algo a la tarde.

Tomó una sierra, y cuando estaba por cortar un tronco, vio una delgada silueta en la puerta. Levantó la cabeza, y miró sorprendido a la jovencita castaña. No esperaba verla, mucho menos, que ella se apareciera en su taller.

—Señorita Layna —pronunció incómodo—. Disculpe mi imagen, pero estoy trabajando en unos adornos de exteriores para el jardín personal de su madre. No esperaba visitas.

—N-No se preocupe, señor Santo —pronunció cohibida, observando su torso desnudo, sus abdominales bien marcados, sintiendo un calor sofocante recorrerle el cuerpo entero.

Santo tomó su camisa, y se la colocó rápidamente.

—¿Puedo ayudarla en algo?

Asintió con la cabeza, bajando la mirada.

—Le traje algo.

Observó el saco de cuero que tenía en sus manos, y al abrirlo, notó que eran una gran cantidad de herramientas para su trabajo. Desde cinceles de distintos tamaños, hasta martillos, cepillos y pinzas entre otras cosas.

—¿Y esto?

—Es un obsequio, por el hermoso trabajo que hizo en mi espejo.

—Oh no, no puedo aceptar esto, señorita Layna.

—Por favor, quiero hacerlo. Es mi agradecimiento.

—Pero su padre ya me ha pagado.

—Lo sé, pero de todos modos quiero hacerlo.

—Es que... No me parece justo.

—Por favor —insistió.

Observó esa hermosa expresión suplicante, y asintió con la cabeza. Un mes había pasado desde la última vez que la había visto, y ella se veía igual de preciosa.

—Gracias.

—No hay porqué —sonrió.

—Por cierto, su dulce estaba delicioso —sonrió suavemente—. Podría comerlo todo el día.

—¿En serio? —preguntó ilusionada—. Le traeré más entonces.

Era la primera vez que alguien le daba un elogio.

...

No tan SantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora