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  Estás en todas partes, pero en ninguna al mismo tiempo.

(Allistor Kirkland)


¿Cuándo empezó todo?

Oh sí, lo recordaba perfectamente.


Fue el primero de septiembre, cuando el dorado verano seguía en pleno florecimiento en Reino Unido; cuando las puertas del  antiguo instituto Bates se abrían nuevamente, donde su hermano y él comenzaron su primer ciclo de educación Secundaria, como alumnos inmigrantes estadounidenses; donde nuevas anécdotas aguardaban por él y las deseos por un futuro prometedor al lado de su familia seguían flotando a través de un cristalino océano infinito.



Sí, fue ese 1 de septiembre del 2014 cuando se enamoró de Arthur Kirkland.



En sus empolvadas memorias, recordaba los peldaños hechos de piedra, las tres cristalinas puertas corredizas de la entrada, el cerámico suelo, los techos blancos, la fila larga de azules casilleros; el nostálgico olor a tiza, las aulas vacías al igual que las típicas pizarras rectangulares, los cortos pasillos repletos de gente y las múltiples emociones que se revolvían en su ansioso estómago por ser un alumno nuevo.

Ese día su hermano menor enfermó gravemente, así que tuvo que irse solo a la sede educativa. Se suponía que alguien lo iba a guiar, pero Alfred Jones era una persona impaciente y la curiosidad por explorar todo el lugar le ganó más que la timidez. Mientras caminaba, fascinado por esos laberintos de mayolica, notó un grupo de estudiantes varones que gritaban palabras groseras a las jovencitas o se reían escandalosamente; aquello fue visto con desagrado por Alfred y pensó que solo eran unos simplones chicos mayores queriendo llamar la atención.


Siguió avanzando, escuchando en su mente las carcajadas de esos muchachos, le recordaba a la venida de un evento desafortunado, pero no entendía porqué. Hasta que vio la tinta roja sobre la tapa de una casilla oxidada.  







"Bienvenida, zorra de mierda".








Dos horas después, regresó a ver el casillero, pero esta vez cargaba un balde lleno de agua con lejía y una desgastada esponja amarilla, utensilios que había sacado del armario de limpieza a escondidas. Realmente le parecía una broma despreciable y sentía un deber por borrar aquel mensaje.

Cuando llegó, vio a un jovencito delgado limpiando furiosamente el escrito con una mojada esponja, su cabello le recordaba a una cascada de trigo y le dio gracia las cejas fruncidas de aquel muchacho. Lo segundo que notó fue el tartán rojo-oscuro del pantalón, la camiseta ploma, las botas negras y la chaqueta de cuero que usaba el chico, pero lo más inusual era su mochila; la cual estaba tejida a mano; porque ya casi no vendían de ese tipo.

Alfred se acercó, con su balde en mano, con la punta de sus dedos tocó el hombro izquierdo del muchacho, quien volteo instintivamente y fue ahí cuando Alfred los vio por primera vez.




Verdes.

Claros, preciosos, solitarios, intensos y fríos.

El verde más bonito que había visto, pero estaban manchados de ira.



¿Por qué algo hermoso estaba tan dañado? ¿Por qué?

—¿Qué quieres?—Le respondió de mala gana el muchacho. Alfred mostró el balde, esperando un mejor reacción, pero solo recibió una desagradable mueca— No necesito tu lástima, puedes irte. 


Bupropión (CANCELADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora