Durante el largo viaje a Boston, había tenido mucho tiempo para reflexionar sobre lo que estaba haciendo, lo que realmente estaba haciendo. Cada transporte, cada parada eran la creación de una plateada telaraña de recuerdos que creyó haber dejado. Memorias descoloridas que tomaron formas cuando leyó todas las cartas, excepto la suya.
Había pasado tanto tiempo intentando desaferrarse de su pasado, pero la triste verdad es que lo único que logro fue olvidar, sin tomar en cuenta que aquello lo quebró más.
La primera carta estaba dirigida a la madre de Arthur, a la cual nombró, con su bolígrafo de tinta azul, en la parte inferior del sobre como "Sra. Kirkland". Por un tema de respeto; prefirió llamarla así a que colocar su nombre tan naturalmente. Leer aquellos párrafos amargos y solitarios era como sentir la rudeza de las azuladas olas al romperse contra tus deteriorados huesos, pero su cándida despedida era tan dulce como un beso de buenas noches. Escrito como un poema sencillo, pero con significados complejos que Alfred nunca llegaría a entender. Tal vez nadie lograría entenderlos.
Entonces recordó la primera vez que vio a la señora Kirkland, en su cabeza se proyectaban imágenes nebulosas de una mujer mayor, de bello rostro y expresión perdida. Aislada de todos los invitados, mirando con melancolía el féretro y secando algunas cristalinas lágrimas de su empapado rostro. Tenía los ojos hinchados y de un color rojizo intenso, mantenía una compostura firme con los convidados, y sus deshidratados labios los conservaba apretados. Callada y alejada; como una sombra desolada.
Arthur había sido la viva imagen de su madre.
La segunda carta estaba dirigida al padre a quien, al igual que en la primera carta, Alfred nombró como "Sr.Kirkland". Los párrafos de aquella carta eran más ariscas y poco afables. Duros versos de leer y entender, pero escritos con agria veracidad, una fría característica de Arthur. Sin embargo, el final era un aliento de alivio que terminaba con un melancólico adiós. Alfred, al terminar de leerla, acabó con una variedad de emociones contradictorias que le cayó mal y tuvo que detener su viaje durante dos días.
Cuando retornó a su aventura, se subió a un viejo autobús que lo llevaría cerca a su destino. Desde su asiento, recargado contra el respaldo del incómodo asiento, recordó lo alto que era el señor Kirkland; su piel curtida y su cabello anaranjado, con algunas canas notables. Un hombre de rostro ojeroso y barba mal afeitada. Su mal vestir le dio un aspecto paupérrimo y olía a colonia.
Fue quien más lloró durante el día del funeral, solía morderse el labio inferior para controlar sus sollozos o cubría su boca con los dedos de su mano izquierda. Él había llegado solo, estuvo solo y se quedó solo; mas fue el último en retirarse.
Lo recordaba. Una vez colocada la oscura lápida todos dijeron sus últimas palabras y salieron del cementerio; todos menos el Sr. Kirkland. Él se quedó, mirando aquella piedra lisa; mirando que ese grabado tenía el nombre de su hijo de diecisiete años, mirando un final que su pequeño niño buscó. Mirando a la cruel muerte. Gota por gota de sangre.
Alfred estaba a punto de irse hasta que volteó y vio a la señora Kirkland acercarse al taciturno hombre. Ella colocó con delicadeza su mano sobre el hombro del señor y se quedaron solos, observando la oscura tumba. El hombre miró el rostro de su exesposa y volvió a llorar, buscando refugio en los delgados y protectores brazos de la mujer que alguna vez amó.
Fue la única vez que ambos olvidaron sus malentendidos y lloraron juntos. La única vez.
La tercera carta fue para Matthew. Dolió y avergonzó a Alfred, no era digno de entregarla; no después de todos los errores que había cometido. No sólo fue un mal amigo, sino que también fue un pésimo hermano mayor y dejó una herida que jamás sanaría. Su mellizo; su querido mellizo estaba perdido en un limbo de lamentación y duda, estancado en el dolor y perdido en la culpa.
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Bupropión (CANCELADO)
FanfictionNo hay nada. Solo la infinita oscuridad y una pistola contra su cabeza. Él mismo se la apunta y jala el gatillo. Disparó. Pero solo es un sueño.