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Destino (n.)

1. m: poder sobrenatural inevitable e ineludible que, según se cree, guía la vida humana y la de cualquier ser a un fin no escogido, de forma necesaria y fatal, en forma opuesta a la del libre albedrío o libertad

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— ¡Hola! —Saludó la niña cruzando la puerta de la tienda de dulces con una radiante sonrisa.

— ¡Buenos días! —respondió Aray, desde detrás del largo mostrador, rellenando botes de golosinas.

— ¿Tiene caramelos para respirar?

Él la miró con ternura, entendiendo que quería caramelos de menta que descongestionaran la nariz.

—Claro que tengo.

—Son para mi abuelo, que está malo y no puede respirar, y como no respira se pone a roncar súper fuerte y así no puedo dormir —explicaba con un ligero tono de disgusto dando saltitos detrás de él mientras los busca en una de las estanterías.

Aray no se pudo aguantar la carcajada ante sus explicaciones, que si bien no eran necesarias; le acababan de alegrar una mañana demasiado tranquila para su gusto.

—Pobrecito, pero él no ronca porque quiere —rió— ¿Cuántos quieres?

—Dice mi hermano que lo que dé con este dinero. —Sacó un puñado de monedas del bolsillo frontal que tenía en su vestido verde.

Aray, haciendo un cálculo rápido metió once caramelos en una bolsa de papel.

— ¿Te vale así?

—Creo que sí —afirmó encogiéndose de hombros.

— ¿Y cómo te manda tu hermano a ti sola? —Se preocupó caminando de nuevo hacia el mostrador.

—Es que está trabajando y no se puede dejar solo el taller. Igualmente estamos jugando en la calle siempre no pasa nada.

Taller. La cara del canario se iluminó.

— ¿Cómo se llama tú hermano?

—Romeu —contestó alargando su mano para cogerlos.

Romeu.

Aray hizo una breve pausa mientras la miraba.

—Ven. —Habló finalmente, quitándose la bata—. Te acompaño yo hasta el taller, no te vaya a secuestrar alguien por el camino.

Ella que confiaba en el joven, agradeció su preocupación y tomó con una mano la bolsa de caramelos y con otra; la suave palma de Aray.

Él echó el cartel de cerrado al salir.

— ¿Ves esa bici? —Señaló—. Me la arregló tu hermano.

— ¿Sí? ¡Es superchula!

—Vente, que vas a ir tú en mi bicicleta. Echa la bolsa en la cartera.

Aray metió en la cartera de la bici los caramelos y la volvió a cerrar con las correas. Ella estiró los brazos sonriendo para que la subiera a la bici, porque el sillín es demasiado alto para sus piernas.

— ¡Aúpa! —exclamó al tomarla en brazos y sentarla sobre el sillín. Quitó el caballete cuando la pequeña agarró con fuerza el manillar, moviendo los pies porque no tocaba los pedales—. ¿Qué tal? ¿Te gusta?

La pequeña solo asintió sin dejar de sonreír mientras él colocó los brazos a ambos lados de ella para sujetar los manillares.

— ¿Lista?

Cuando llegue la primaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora