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Melifluo: (adj.)

1. Que contiene miel o tiene alguna característica que se le asemeja.

2. Se aplica al modo de hablar o al comportamiento que es dulce, tierno, suave o amable.


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Uno en Montgat peinaba su tupé hacia arriba. Otro en Tiana, mojaba por tercera vez el peine para hacerse la raya al lado. Ambos cogen su abrigo, uno azul marino, otro negro y sin ningún tipo de adorno. El primero se la puso casi de manera artística, el otro, con detenimiento, colocaba perfectamente el borde de los puños de su camisa por fuera de las mangas del abrigo. Los dos besaron a su madre, uno con prisa, otro dejando que ella deslice una caricia por su barba; ambos con el mismo amor. El rubio salió de su casa con su más amplia sonrisa y salió corriendo, corría calle abajo hasta la parada del tranvía porque quiso, porque sentía que el corazón le iba a reventar y le gustaba ponerlo a prueba. Aray, por su parte, caminaba con la certeza de que al tranvía aún le quedan dos minutos para salir. Subió al tercer vagón, y se sentó al fondo mientras revisaba su cartera con folios por si debía apuntar algo. Cuando hizo la primera parada en Montgat, el rubio subió al último vagón, completamente vacío y aprovechando que tenía todo el sitio para elegir, decidió sentarse en la fila a su derecha y apoyarse en una de las ventanas. Hoy había vuelto a empezar, hoy por fin. Hoy volvía a subir al tranvía para hacer el trayecto completo hasta Barcelona y las ganas que tenía de volver a ver a sus compañeros, no cabían dentro de su pequeño cuerpo.

Las puertas de la facultad de filología se abrían de nuevo ante los ojos color miel. Veía como, de nuevo, sus compañeros se abrazaban, palmeaban mutuamente las espaldas ajenas o en su defecto, las acogían entre sus brazos con alivio, recordando cómo se sentía esa amistad que llevaban sin sentir desde antes del verano.

— ¡Juan Antonio! —Gritó al ver a su amigo, dando un salto a los brazos del chico.

— ¡Romeu!

El rubio llenó la mejilla de besos a su amigo, quien ya estaba acostumbrado a sus tan efusivas muestras de cariño.

— ¿Qué tal el verano?

— Fenomenal. —Sonrió—. ¿Y el tuyo?

— El mío muy divertido, pero muy ocupado, siempre trabajando.

— Es lo que hay que hacer —animó, dándole una palmada en la espalda.

Hoy no habría nada de clases, solo presentaciones de los profesores, de sus asignaturas y la ceremonia de bienvenida que se celebraba dentro del enorme salón de actos en el cual se fueron reuniendo poco a poco todos los jóvenes. O bueno, casi todos.

Aray no encontraba su primera aula. Preguntar dónde estaba, le daba demasiada vergüenza, ya había preguntado una vez y no quería parecer estúpido, quería al menos hacer eso por sí mismo. Dio mil vueltas alrededor de la facultad, andando de un edificio para otro, en las calles contiguas, agobiándose cada vez más y más conforme veía que pasaban los minutos y él seguía en la calle. No es que solo le faltara el aire, es que todas las calles le parecían la misma. No sabía por dónde había pasado, por donde no, veía que algunos chicos entraban y salían, y cada edificio tenía un nombre distinto y en el horario de la puerta del único edificio que conocía solo ponía dos siglas y un número, y a saber a cuál de los seis edificios pertenecía esa sigla. Pasó una hora interminable vagando, sin querer o mejor dicho, sin poder preguntar de nuevo así que optó por volver al tranvía y regresar a Tiana, total, la presentación ya había acabado, ya volvería el lunes. Se sentía horriblemente mal consigo mismo. Esa tarde había salido de casa, ilusionado por conocer el lugar y a sus compañeros y ni siquiera había podido encontrar una clase. Tardó otros largos minutos hasta llegar a la parada, más los que tuvo que esperar a que volviera el transporte, pues lo vio irse cuando se acercaba a la parada. Se sentó en un banco allí mismo y sacó de la cartera un libro, siempre solía llevar uno encima. No tenía nada mejor que hacer y necesitaba centrar su mente en algo que no fuera y el desastre de persona que era. Paseó sus ojos sobre las letras intentando concentrarse. Apretaba el libro entre sus manos, apretaba los dientes también, movía enérgicamente su pierna, no se enteraba de nada de lo que leía. Su cabeza era un continuo "eres un inútil que ni siquiera puede encontrar una puta clase".

Cuando llegue la primaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora