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Ojalá: (interjección)

1. Denota vivo deseo de que suceda algo.

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Primavera.

Dos días faltaban para que llegara la primavera.

-Felicidades hijo mío.

-¡Felicidades, Romeu!

-Muchas gracias, madre. -Sonreía, apretando a su hermana entre sus brazos.

Ese jueves él cumplía veintiún años. Y lo hacía en la mesa de la cocina con su hermana pequeña sentada sobre el regazo, dándole ella con los deditos las galletas mojadas en leche. Su madre se permitió llegar un poco más tarde a casa de sus padres aquel día, quería estar un poco con su hijo.

-¿Te sientes más grande? -Preguntó la pequeña mientras él tomaba su vaso de leche de un trago. Al dejarlo sobre la mesa y expirar, le mintió.

-Claro que sí.

Las dos marcharon hacia Tiana, y Romeu volvió a su habitación para estudiar un poco. O esa era su idea. Cerró la puerta, se sentó en su silla, que incluso esta se quejaba al notarle sentado encima, pues crujió de manera aguda cuando dejó caer su peso sobre ella. Miró sus apuntes, pensando en las pocas ganas que tenía de estudiar Literatura francesa hasta el Romanticismo, así que se puso una buena excusa que fue ponerse a leer el libro de Arthur Rimbaud que les mandaron. Tras conocer algo de la vida de aquel joven autor, se había despertado una curiosidad dentro de él que desembocó en unas ganas atroces de ver qué había entre aquellas páginas. Abrió el pequeño libro de tapas azules y desgastadas, hojas amarillentas, pasó las primeras páginas de la introducción para encontrarse con el primer relato del poemario cuyo título no llamó su atención. Pasó las páginas hasta toparse con uno que sí lo hizo: "Primera velada".

Desnuda, casi desnuda;
y los árboles cotillas
a la ventana arrimaban,
pícaros, su fronda pícara.

Asentada en mi sillón,
desnuda, juntó las manos.
Y en el suelo, trepidaban,
de gusto, sus pies, tan parvos.

La sonrisa le salió sola. Aquello no podía ser leído de cualquier manera. Se levantó de la silla sin despegar los ojos del libro para tumbarse en la cama. Al hundir su espalda en el colchón, continuó.

Vi cómo, color de cera,
un rayo con luz de fronda revolaba por su risay su pecho en la flor, mosca,

Besé sus finos tobillos.
Y estalló en risa, tan suave,
risa hermosa de cristal.
desgranada en claros trinos...

Romeu empezó a sentir un cosquilleo intensificándose en la parte baja de su estómago mientras leía aquel poema. Se sentía como si formara parte de aquella escena.

Bajo el camisón, sus pies
-¡Basta, basta!» -se escondieron.
¡La risa, falso castigo del primer atrevimiento!

Se imaginaba aquella imagen y rió él también, incluso podía escuchar la risa de aquella chica que el autor intentaba describir. ¿Así se sentiría hacer el amor? pensaba.

Trémulos, pobres, sus ojos
mis labios besaron, suaves:
Echó, cursi, su cabeza hacia atrás: «Mejor, si cabe...!

Caballero, dos palabras...»»
Se tragó lo que faltaba
con un beso que le hizo
reírse... ¡qué a gusto estaba!

Cuando llegue la primaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora