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Equinoccio

Del latín aequinoctium.

1. (m.) Astron. Época en que, por hallarse el Sol sobre el ecuador, la duración del día y de la noche es la misma en toda la Tierra. Lo cual sucede anualmente del 20 al 21 de marzo y del 22 al 23 de septiembre.

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El frío le calaba los huesos. Su ropa no podía estar más empapada. Escuchaba los truenos, los relámpagos, y sentía cómo castañeaban sus dientes, no sabía cuánto tardaría en parar y apenas si intuía dónde estaba. No sentía las manos, ni los pies, no sentía nada que no fuese el miedo de estar allí en medio de la noche, en mitad de una tormenta como pocas había visto en su vida.

— ¡Aray!

Una luz tenue penetró en sus párpados. Era Romeu, era la moto de Romeu, Romeu había venido a buscarle. Bajó de su moto y caminó hacia él a toda prisa.

—Aray, te estaba buscando como un loco...

No podía hablar, solo sintió como el menor lo abrazaba, feliz de haberlo encontrado. Parecía como si llevase un largo rato buscándole.

—Vamos a casa.

Se levantó a pesar de que tenía todo el cuerpo congelado a la par que entumecido, sus tobillos se sentían como si tuviera rocas encadenadas a ellos y debiera de moverlas si quería dar un paso.

—Cuidado, viene un coche.

El rubio no lo escuchó. Estaba lejos, a unos cinco metros de él arrancando la moto.

—Romeu ten cuidado, viene un coche.

Ni se inmutó.

—¡¡Romeu apártate!! —gritó con todas sus fuerzas.

Para cuando el menor quiso ver el peligro, aquel coche que había salido de ninguna parte derrapó al tomar la curva,  atropellándolo junto con su moto.

Abrió los ojos de golpe, quedando sentado sobre la cama. Escuchaba la lluvia golpear en el cristal de su habitación, había sido una pesadilla. Hacía catorce días de la partida de Romeu, y en vez de asumir su marcha, parecía que a cada noche que pasaba le iba pesando un poco más. No sabía nada de él, absolutamente nada. Tomó la sábana, no podía quedarse ahí, sentía aún el corazón desbocado, así que decidió bajar al sofá. Conforme avanzaba sus pasos escaleras abajo, en la oscuridad casi completa, escuchó el reloj de péndulo marcar las dos y media de la madrugada. Se tumbó en el sofá, envuelto en la sábana, sintiendo todavía como si su ropa estuviera mojada por la tormenta. No podía, mejor dicho; no se atrevía a cerrar los ojos porque aquella imagen no se le iba de la cabeza.

—Ey —sonrió cuando vio llegar a Bambi—, ¿qué tal? —Le habló acariciando perezosamente la cabeza de su perrita—. ¿Qué pasa, mi amor? ¿Te extraña que haya bajado a esta hora?

Lamía sus manos y se intentaba subir con él al sofá.

—Ven, ven un ratito —habló en voz baja mientras la subía junto a él—. Aray tuvo un sueño muy feo.

Bambi se acomodó contra su cuerpo dejando que la mano del chico la arropara. Ella se quedó despierta junto a él, notando como su corazón se estabilizaba muy lentamente bajo su pijama de botones, y como si lo velara; no se durmió hasta que él lo hizo.

***

—No comes nada, Aray.

—Es que no tengo hambre, madre.

—Pero si lo hice porque te encanta, mi amor, llevas semanas sin comer, no sé qué hacer ya... —Se lamentó sentándose a su lado—. ¿Qué es lo que te pasa, Aray? —Se preocupó buscando su mirada— ¿Por qué estás tan triste? Tú no eres así, ¿qué te ocurre?

Cuando llegue la primaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora