8.

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Incandescencia: (n.)

1. (f.) Propiedad que tienen ciertos cuerpos de emitir luz al elevar su temperatura.

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La mañana del veintidós de diciembre amanecía nublada sobre Tiana. Demasiado frío en la calle, pero Bambi no parecía saber absolutamente nada de eso, pues junto a la chimenea, todo estaba bien. Aray, con mucha, mucha ilusión había bajado de su particular trastero la caja del belén y procedía a colocarlo sin ni siquiera desayunar. Aún con su pijama blanco de botones únicamente decorado por unas monótonas rayas verticales, el pelo rizado y alborotado y los calcetines con agujeros —que sin duda le habían dado problemas para bajar la escalera de la buhardilla—; procedió a sacar sus figuritas y colocarlas sobre la mesa que también bajó a toda prisa de su trastero. Su madre lo miraba, riendo de la ternura que le provocaba ver a su ya no tan pequeño hijo luchando por quitar la cinta adhesiva de una de las cajas de cartón.

— Antes de que pongas el belén, enciéndeme la radio, ¿quieres? —Pidió la mujer—. A las nueve empieza el sorteo, no me lo quiero perder.

— Ya mismo se la enciendo.

Dejó la caja sin pensárselo antes de pasar por el lado de su madre dejando un fuerte beso sobre su mejilla a modo de saludo. Encendió la radio y al dejarla sintonizada se marchó a hacerse un par de tostadas.

—No se levante, no se preocupe. Yo me hago el desayuno.

Ella siguió su orden y sacó del bolsillo del delantal sus dos décimos de lotería. Los miraba con ilusión y más ilusión tuvo cuando escuchó que el locutor anunciaba el comienzo del sorteo.

— "Nos hallamos en el salón donde se celebra el sorteo de la lotería nacional de Navidad, y asistimos a los preparativos del mismo con arreglo al clásico ritual. Se juegan mil ochenta millones de pesetas, de los que 413 corresponden a Madrid, y 190 a Barcelona. El importe de los premios es de setecientos cincuenta millones de pesetas..."

Aray estaba muy ocupado con su café como para escuchar los números que los niños de San Ildefonso cantaban, anunciando los premios. Igual les tocaba algún premio pequeñito, quién sabe, pero no es que tuviera una emoción desbordante como la que irradiaba su madre. Con cuidado agarró la cafetera y se sirvió una pequeña taza. Puso un par de azucarillos, un poco de leche fría. Perfecto. Caminó hacia el salón, una vez allí da un sorbo a su taza humeante antes de ponerse con el belén.

— ¿Te acuerdas de cuando eras pequeño? —Comenzó a relatar la madre. — Te dije que no poníamos el camello del rey Gaspar porque estaba cojo. Tú rápidamente saliste a la playa, y volviste con una rama partida que cortaste a medida para que le pudiera quedar al camello como una pata de palo. Se la ataste con cinta, lo colocaste con cuidado junto a su rey y corriste a llamarme muy orgulloso. Me dijiste "ya se puede poner en el belén, madre, ya no está cojito".

—Era muy sensible con esas cosas.

—Eres. —Remarcó su madre.

* * *

Mientras tanto, no muy lejos de ahí, Romeu estaba apoyado en una pared dentro de aquel minúsculo y atestado bar de Tiana, que ya de buena mañana apestaba a puro de vainilla, a tostadas y donde se respiraba una tensión que el joven empezaba a sentir. Sacó de su bolsillo el décimo: 28.678. Escuchaba con atención los números que se cantaban desde la minúscula televisión del bar. Vicente con él, de brazos cruzados mantenía los ojos fijos en la diminuta televisión del local, en la que a duras penas se podía distinguir algo.

"46.789, diez mil pesetas", "23.340, diez mil pesetas" , "76.099, diez mil pesetas".

La gente murmura para escuchar bien las cifras.

Cuando llegue la primaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora