10.

591 63 367
                                    


Conticinio (n.)

1. m. Momento de la noche en que se puede disfrutar de absoluto silencio.

_____________________


Hacía ya tiempo que los sábados estaban hechos de cerveza fría y escalón de hormigón sobre el que sentarse. Y hacía poco, que ahí, en la puerta del taller; la cerveza estaba más fría que el ambiente, y el escalón se había hecho algo más grande en los extremos.

A veces era solo silencio, coches pasando por delante, rodilla pegada a la ajena. Mirada de reojo. Media risa de Aray al notarla. Piques que se buscaban constantemente, tragos de saliva, de aguantarse las ganas cada vez que escuchaba a Romeu aclarar su garganta.

-Ya se nota que son los días un poquito más largos. -Comentó el mayor.

-Ojalá se hicieran eternos. -Respondió repelando su botellín de cerveza-. Es que, mira. -Llamó su atención sacando su reloj dorado del bolsillo de aquellos pantalones sucios-. Las siete y está empezando a atardecer ahora.

Aray sonrió, no precisamente por el apunte del chico.

-¿Ese es el reloj que te regalé?

-Ah, sí. -Rió algo sonrojado-. Lo llevo siempre.

-¡Romeu! -Lo llamó Vicente.

-¡Sí!

-Perdón si interrumpo la conversación -Se disculpó acercándose a los chicos, y mirando al menor para decirle-. Dile a tu suegro que mañana por la tarde se lleve la furgoneta, que ya le he cambiado las...

-¿Tu qué? -Preguntó Aray a su amigo, en un tono bastante molesto.

-Vale, no te preocupes. -Respondió a su jefe, que se había quedado muy impactado tras la reacción del canario-. Nada, Aray.

-Tu suegro.

-No es suegro como tal, es, e-es el padre de mi... n-novia. -Explicó nervioso.

-¿Y por qué no me habías dicho que tenías novia?

-¿Qué más da eso?

El canario se sentía engañado. Sentía púas en el estómago, sentía rocas dentro de su cabeza. Bebió el último trago de su cerveza para dejarla sobre el escalón en un golpe seco, antes de levantarse sin mirar al rubio.

-Me voy.

-Aray. -Lo llamó-. ¡Aray!

El aludido avanzaba a pasos rápidos hacia su casa, Romeu se levantó a toda prisa apartando incluso a Vicente de su camino para seguirle.

El mayor se alejó del taller, pero el menor no dudó en seguirlo por los callejones hasta llegar casi a la casa del canario, pues cuando apenas faltaba una calle, el mayor se giró.

-Qué quieres.

-Escúchame Aray, yo no t-

-Tú no, qué.

-Yo no la quiero, estoy con ella por temas de dinero.

-¿Y a mí qué me importa por qué estés con ella?

-¡Joder, pues si no te importara no te hubieras puesto así!

-¡Y qué te costaba contarme que tenías una novia!

-Y tú, ¿qué?, -Lo encaró-. Que te follas a Abel sabiendo que está prometido y te lo tienes tan callado.

El canario sintió un cubo de agua fría, e intentó no perder el equilibrio tras esa acusación. ¿Cómo es que lo sabía?

Cuando llegue la primaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora