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Finado (n.)

1. (m.) Difunto. Persona que ha llegado al fin de su vida. En muchos lugares del archipiélago canario, desde el 31 de octubre hasta el 2 de noviembre, se celebra una fiesta popular en la noche previa al Día de Difuntos (del 1 al 2 de noviembre) Conocida como "día de finaos".

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Abel se sintió afortunado de poder conocer a Romeu al fin, y entonces empezó a entender por qué Aray no paraba de hablarle de él. El chico irradiaba confianza, y una alegría, una personalidad que se podría catalogar de purificadora. Era quizás la persona más interesante que había tenido la oportunidad de conocer, una fuente inagotable de historias y anécdotas que solo él sabía contar de esa forma tan única y especial. Recordó las palabras que alguna vez el canario le dijo: "podría escucharle hablar durante todo el día". Normal, ahora el mediano comprende que un amigo como él, que solo desprende buena energía, era justo lo que Aray necesitaba.

Los niños se acercaron a ellos cuando el sol ya dejaba el cielo teñido de un color anaranjado que acababa por fundirse en un intenso púrpura, anunciando la incipiente noche del sábado. Rocío se quedó de pie entre las piernas flexionadas de Aray, con las manos apoyadas en las rodillas de él, sacándole la lengua para que el chico le devolviera el gesto; cosa que hizo de buena gana y que acabó en cosquillas a la pequeña. Bernat, que quizás era el más tímido de los tres se acercó a Romeu y se quedó mirándole de arriba a abajo con curiosidad, en silencio.

— ¿Pasa algo? —Sonríe.

— A ver, haz así —Pidió el pequeño flexionando su brazo.

Tras hacer lo que le pedía, el niño dio un salto acompañado de una exclamación de sorpresa.

— ¡Dios! —Rió girándose a sus hermanos— ¡Está más fuerte que tú, Abel!

— Pero no le digas eso a tu hermano, malo —rió el rubio dirigiendo la vista hacia el otro catalán, al que obviamente no le ha molestado el comentario del pequeño, pero intentaba hacerlo reír.

— ¿Más que yo? Imposible.

— Pues yo creo que sí, eh Abel —interviniendo para picar a su hermano.

— ¿Echamos un pulso a ver quién es más fuerte? —propuso Abel.

— Hecho, voy a por algo para apoyarnos.

Romeu entró en el taller a buscar algo en lo que pudieran apoyarse. No vio demasiado, así que un bidón de gasolina vacío de esos que tienen capacidad para cincuenta litros, fue su mejor opción. Lo sacó sin mucho esfuerzo hasta donde estaban los chicos, y lo colocó boca abajo delante de Abel con una expresión y una risa de autosuficiencia algo exageradas que solo buscaban hacer reír a los niños.

— ¿Qué van a hacer? —preguntó Aray.

— Un pulso, porque dice Bernat que Romeu es más fuerte que yo.

Rocío sonrió para sí misma al escuchar eso, porque no iba a decir en voz alta que su hermano era más fuerte que nadie de aquí a Girona, pero eso haría sentir mal a Abel. Por inercia, volvió a buscar la mano derecha de Aray para jugar con ella mientras veían como los dos chicos se preparan de pie, delante del bidón y apoyan el codo sobre la oxidada y sucia base que Romeu ni se molestó en limpiar. Bernat y Aleix empezaron a hacer apuestas, el primero se deja llevar por la sangre, no duda en que Abel va a tumbarle el brazo al rubio; Bernat por su parte tiene claro que Romeu es su caballo ganador.

— ¡Abel! ¡Abel! —Saltaba Aleix para animarle.

— ¡Vamos Romeu! ¡Vamos! —lo animaban Bernat y Rocío.

Cuando llegue la primaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora