5 Cristo

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Desde la muerte de Oliver nada fue igual para él.

Cristo vio en las noticias como le preguntaban a los compañeros de celda los últimos minutos de vida del pobre muchacho, aún se lamenta el no haberlo podido ayudar.

Estaba en el cementerio donde según una persona de buena voluntad se ofreció a pagar los gastos funerarios y de entierro del cuerpo de Oliver. Lo único que lo tranquilizaba era saber que su Oli estaría descansando junto a su abuela y su padre. Sus ojos se llenaron de lágrimas, de dolor y tristeza al recordar los buenos momentos que vivió a su lado desde la secundaria.

Lamentaba en su corazón haberle hecho caso a Oliver, si tan solo hubiera seguido yendo a buscarlo en vez de enviarle solo cartas de aliento y motivación, si tan solo la carta de amor donde le confesaba sus sentimientos hubiera llegado a tiempo.

— Te amé más que a mi vida — dijo Cristo.

Gotas de lluvia comenzaron a caer, de reojo observó como una persona abría un paraguas a centímetros de él, cerca de una tumba a la de sus vecinos. Sintió una corazonada cuando pudo ver una parte del rostro de aquel extraño a su lado, como si lo conociera de algún lugar.

— Llorar es bueno, soltamos lo que no nos hace bien — le dijo aquel hombre.

Cristo limpió sus lágrimas, no le gustaba que los demás lo vieran llorar.

La voz de aquel joven le recordó a su difunto amigo y amor, volteó para poder observarlo bien y abrió sus ojos como plato: Oliver.

Era el.

— Oliver — le dijo Cristo impactado — ¡Oliver!

Sus gestos, su mirada, su rostro era algo diferente.

Había frialdad.

Ningún gesto de amabilidad.

— Se equivoca señor — dijo el joven — Mi nombre es Jared Rivera Mondragón. Solo quise pasar y saludarlo, lo vi llorar y me conmovió.

Cristo estaba convencido que aquel joven era Oliver, podría tener ropa más bonita, una voz algo diferente, un rostro más afilado pero era él, su amor, su Oliver. El joven por un momento le sonrió, aunque luego borró su sonrisa cuando un hombre mayor llegó.

— Nos vamos hijo — le dijo el hombre mayor al muchacho.

— Fue un gusto conocerlo — le extendió la mano a Cristo con amabilidad — Espero que pueda sanar ese luto en su corazón. Es horrible cuando pierdes a quien amas.

Cristo se quedó confundido, juraría que aquel joven que vio era Oliver, sin embargo no estaba del todo seguro pues aquel señor podría ser su abuelo, su padre o su tío. Lo vio irse de lejos, sentía la necesidad de salir corriendo y pedirle que le dijera la verdad, aunque en el fondo supiera que no era él.

— Parece que viste un fantasma — le dijo una mujer a Cristo — Solo encontré agua, no había refrescos.

— Está bien — dijo Cristo — Tal vez me estoy volviendo loco, juro que vi a mi amigo Oliver. Pero era otra persona muy diferente, un joven con ojos ojos idénticos, la voz.

La chica sonrisa y soltó una risilla mientras encendía e inhalaba un cigarrillo.

— Es Tokio — dijo la chica — ¿Quieres uno Cris?

Tomo un cigarrillo y empezó a fumar.

— Esto parece una telenovela, me recuerda a Marimar — dijo la chica.

— No digas tonterías María — rió Cristo — Esto no es una novela, no es la ficción. Tuve una corazonada con ese joven, pero desapareció cuando lo vi bien. No es Oliver, ni lo será. Está muerto.

Sin CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora