Capítulo 23

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Tosí tanto que de suerte no se me salió un pulmón. El polvo era impresionante, pero el calor y humedad que había eran mil veces peor. ¿Estaba dentro de una tumba?

Desperté sobresaltada para encontrarme con un lugar totalmente oscuro y apretado, y fue entonces cuando recordé todo lo que había vivido antes. Podía jurar que fue una pesadilla. Me había quedado dormida dentro del armario de los profesores. Todo lo que había presenciado, fue producto de mi mente. Estaba cada vez más chiflada.

Aún conservaba mis archivos entre mis manos. La puerta estaba entreabierta, y no se escuchaba ningún ruido, tampoco ingresaba ni siquiera un mísero rayo de luz.

Abrí la puerta, sólo para confirmar lo que mi mente me quería decir: ya era de noche. El colegio había cerrado, y todos se habían olvidado de mí.

No había ni un alma en el salón de profesores, y por consecuencia, la maldita puerta estaba cerrada. ¿Ningún desgraciado me buscó? ¿Nadie se dio cuenta de que no volví a clases? ¿Acaso mi existencia valía tan, pero tan poco?

Intenté abrir la puerta, pero fracasé: habían cerrado toda la escuela. Así que busqué por todo el salón por si había alguna llave. Pero no había nada. Hasta que, por suerte, había un matafuego del cielo que vino a salvarme.

No sé de dónde saqué fuerzas para destrozar la puerta en pedazos. Pequeños vidrios se esparcieron por todos lados y esa fue la única forma en que pude salir. Aunque no pude evitar gritar del dolor cuando un pedazo se clavó en mi antebrazo. Lo saqué con cuidado y sudé más que nunca. Fui afortunada que no me causó una herida tan profunda.

Quémalos

Los pasillos estarían completamente a oscuras, de no ser por las luces de emergencia. Pero aún conservaba ese ambiente tétrico. No había nadie, excepto una vocecita en mi cabeza que me recordaba lo último que Sehun me había dicho. Quémalos. Supongo que se referirá a mis papeles.

Pero de repente sentí que una pequeña parte de mí se desgarraba, cuando recién me percaté de algo. No traía mi celular. Lo había dejado en el aula, antes de ir al recreo. Seguramente allí tendría miles y miles de llamadas las cuales nunca contesté por estar encerrada. Tal vez mi madre, Mich y alguno que otro más estaría buscándome. ¿Quién se iba a imaginar que podría estar en un armario? Al instante me sentí culpable por pensar en las consecuencias.

Decidí no perder más tiempo, y corrí hacia mi salón con el extintor en mano, la única herramienta que me serviría para destrozar la puerta.

Toda el aula estaba completamente vacía, a excepción de algo. Allí estaba, mi celular bajo el banco, y mi mochila en el piso. Todo se encontraba como la última vez que lo dejé, antes de ir al recreo. No perdí más tiempo y me lancé hacia mi celular desesperada.

Pero no había nada.

¡Ningún maldito mensaje en las notificaciones!

Nadie, pero nadie, se había acordado de esta pobre estúpida. Mich ni se atrevió a preguntarme por qué no volví del recreo, y ni tampoco mi madre se preocupó en saber por qué no llegaba a casa. Todo el mundo había ignorado mi desaparición.

¿Y si desaparezco por un tiempo, así aprenden a valorarme? Quizás de esa forma se sentirían culpables. Aunque mis planes fracasaron cuando supe que no tenía ningún lugar a donde ir. Y no creo que sea bien recibida en la casa de Sehun. Era una persona extraña, y mi instinto decía que tenía que alejarme lo más pronto posible de él...

Así lo hice. Tomé mi mochila, arrojé mis papeles al tacho de basura. ¿Por qué querían que los quemara? No había motivo alguno. Esa gente estaba muy loca, y a esta altura de mi vida no estaba para soportar juegos estúpidos.

El Chico Pálido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora