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       Cuatro semanas después, sigo sin saber nada de Bobby

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       Cuatro semanas después, sigo sin saber nada de Bobby. Después de los mensajes que nos enviamos y obligarle a dejar a mi madre en paz, cosa que no ha hecho, es como si hubiera desaparecido de la faz de la Tierra.

Y sé que está preparando algo. Puedo sentirlo. Al igual que el olor a beicon quemado alcanza los orificios de mi nariz, y eso no es bueno. Dejando a un cliente a medio pagar, corro por el pasillo hacia el cuarto de baño.

Casi no llego a mi meta, pero consigo vaciar mi estómago en el retrete. Pierdo la noción de cuánto tiempo estoy vomitando, hasta que alguien toca la puerta.

—¡Ocupado! —grito por encima de mis arcadas.

Pueden pintarte el embarazo como algo bonito, y realmente lo es, pero omiten el hecho de que puedes llorar, reír o querer llegar a matar a alguien en segundos. Los cambios de humor es algo para lo que nunca estás preparada.

Tampoco lo estás para la sensibilidad ante los olores, y los malestares durante, al menos, el primer trimestre y medio. No es como en las películas. No hay rosas, ni todo son sonrisas.

Es odioso todo.

—Raquel —al principio no sé a quién está llamando, entonces recuerdo que es mi nombre falso aquí y respondo cuando mis arcadas han terminado—, vamos, mujer. Sal. Miguel te despedirá si se entera que has dejado la cara registradora abierta frente a un cliente, y que encima no le has cobrado.

Asiento, a pesar de que no puede verme. Tiro de la cisterna, bajo la tapadera y me siento sobre ella unos segundos. Estoy en la mierda. Las náuseas no son por las mañanas, no, ocurren a lo largo del día. Y es una mierda, porque en un segundo estoy dormida, y al otro corriendo a vomitar.

Saco mi mini cepillo de dientes desechable para caso de emergencias como este que guardo en mi bolsillo trasero, junto a una diminuta pasta para limpiar mi boca. Me echo varias veces agua fresca para eliminar cualquier signo de mi malestar. Abro la puerta y le dedico mi mayor sonrisa a Raquel.

—Lo siento. Un imprevisto.

—Llevas seis imprevisto desde que empezaste tu turno, por no contar las de las otras semanas —hace una pausa y toma aire—. ¿Estás enferma?

Niego.

—No creo que estar embarazada sea una enfermedad.

Abre sus ojos sorprendida y sé en lo que está pensando: Miguel me va a despedir en cuanto se entere. Es un cerdo machista que sólo se pasa por aquí para asegurarse de que está lleno, y nosotras mostramos lo suficiente para mantener la capacidad de clientes.

El que yo esté embarazada es un problema para él y su preciado negocio.

—Miguel va a volverse loco.

—Lo sé, pero me da igual. Oye, hay poca gente —observo sobre su cabeza las cuatro mesas ya servidas—, ¿crees que podría descansar un rato?

Temptation © (Bloody Hell MC #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora